Revista Biodiversidad, sustento y culturas N° 66
En este número, además de develar las nuevas maniobras de la enorme industria de la carne en el Sur global, con sus contaminantes criaderos industriales, Biodiversidad narra el proceso de articulación que comenzó tras el fracaso de la cumbre climática de Copenhague, tomó forma en Cochabamba y busca expresarse plenamente en Cancún.
Nuestra sección Un vistazo y muchas aristas aborda la relación de la soberanía alimentaria y la lucha de las mujeres, se presentan documentos de la Campaña de la Semilla de Vía Campesina que sirvieron de preparación para el Congreso de la CLOC-Vía Campesina que tuvo lugar en Quito, Ecuador, a principios de octubre, y el Cuaderno 33 es un recuento de los 20 años en que las corporaciones han intentado controlar el sistema alimentario mundial.
Editorial
La fotografía de la portada muestra las instalaciones de Granjas Carroll, uno de los criaderos industriales más famosos del mundo porque todo parece indicar que la gripe porcina AH1NI tuvo su momento de mutación epidémica en esos campos de exterminio de puercos para consumo humano.
El agua que refleja los edificios es una laguna de mierda, pomposamente llamada “de oxidación”, y eleva su fétida cauda invisible de gases con efecto de invernadero al aire del Valle de Perote, otrora un enclave campesino indígena, golpeado primero por híbridos y agroquímicos y luego por la proliferación de granjas industriales que penetraron la economía mexicana como subsidiarias de grandes corporaciones, gracias al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Es escandaloso que una de las principales ventajas comparativas que ofreció México fueran las regulaciones ambientales nulas, la posibilidad de una inversión extranjera sin freno, vastos paquetes de subsidios y una batería de leyes para rematar el país.
Por todo el mundo, estos acuerdos “comerciales” y de “cooperación” van sustituyendo las normatividades nacionales y la legislación internacional, y han logrado privilegiar las cláusulas comerciales por encima de la ética y el derecho. Sin duda, el acelerado ritmo de la devastación general que provocan las corporaciones en su ciego camino por reproducir la ganancia, se recrudece en todo el mundo en tanto las corporaciones imponen su ley por encima de la ley con estos “acuerdos de libre comercio”.
Qué condiciones imperan en el mundo para que un puñado de corporaciones y gobiernos, en complicidad, se hayan apoderado de todo el sistema alimentario mundial, del agua, del petróleo, de la tierra, del dinero, de la infraestructura material y técnica del planeta, de los acervos de información, de los aparatos represivos para ejercer la violencia, y sin embargo en su avidez de ganancia atropellen más y más ámbitos comunes, más espacios de humanidad, y la más vasta riqueza del mundo que es la diversidad de la vida y la visión de los pueblos.
Por eso no podemos dejar de decir que la complejidad de las crisis combinadas pusieron al mundo ante una devastación generalizada que esos gobiernos y empresas no quieren reconocer, porque podría frenar el desarrollo de sus intereses de corto plazo (el largo plazo ya no lo entienden).
Así, estamos en un momento muy oscuro: la amenaza de una crisis climática que puede estallar en cataclismos de inundación, sequías, tormentas, desa-parición de poblaciones, desata en los poderosos la mezquindad de negociar lo mínimo posible (que nada nos haga perder el equilibrio, parecen decir) y la ambición de sacarle jugosas ganancias a la especulación financiera con el volumen de aire que alguien dice cuidar en algún lado. Desata un empeño por promover y subsidiar chifladuras seudocientíficas que son meros remiendos de un sistema tecnológico-industrial-económico que insiste que su idea del progreso funciona —cuando ya todos sabemos que el ángel del progreso va de espaldas al futuro y barre y destroza toda la sabiduría del pasado como si no tuviera ninguna importancia.
Crece la sombra de revueltas por alimentos básicos, agua, energía y servicios. Los especuladores manipulan las políticas públicas y los precios se disparan, cunde la escasez aparente, las catástrofes naturales (terremotos, huracanes, tsunamis, sequías, incendios) son magnificadas por la negligencia tras de la cual se esconde un desprecio criminal por parte de muchos gobiernos hacia la gente común. Los ejércitos salen y se mantienen en las calles, asumen funciones policiacas, la vida cotidiana se va ahogando con más y más controles sobre más ámbitos que antes eran libres, y comunes, y abiertos —y la paradoja es que los sistemas políticos se tornan más delincuenciales.
El número de migrantes se eleva a más de 200 millones de personas, forzadas a viajar llevando su casa (y su visión, sus saberes, su sentido del amor y la fraternidad) a cuestas. Son mil millones los hambrientos. ¿Y los desaparecidos, los asesinados, los enfermos, los intoxicados, los afectados por esa devastación por envenenamiento, mutación, explotación y represión?
Grandes consorcios anónimos emprenden un nuevo acaparamiento de tierras en todo el planeta. Las empresas se empeñan en erradicar la producción independiente de alimentos; buscan certificar, homologar y, si se pudiera, erradicar la vastísima diversidad de las semillas ancestrales. Depender para alimentarnos de tales empresas que nos imponen sus criterios, sus modos, su dudosa calidad y sus nocivas normas sanitarias y ambientales, es enorme esclavitud.
No hay símbolo más contundente de esta condición que los criaderos industriales (que provocan extensa contaminación, epidemias generalizables en regiones enteras) pero que producen lo que quieren que coman los pobres para siempre: una especie de conglomerado de carne “barata”, de muy muy dudosa calidad, cuyos costos en realidad ni se contabilizan: se le impusieron a la humanidad entera y nos tienen en esta crisis de crisis de los últimos tiempos.
Pero (porque hay que usar los peros al revés) la claridad y la acción, la lucha que conllevan, abren reflexión en muchos ámbitos, y más y más espacios donde la gente se junta (a todos los niveles), y comienza a entender la longevidad de la memoria. Ésta nos dice que los pueblos con sus modos y sus saberes han estado ahí viendo pasar sistema tras sistema. Aunque hoy esa conciencia sea más clara que nunca y se sienta muy fuerte la fractura entre los pueblos con sus comunidades, y los sistemas que insisten en imponerse, los pueblos hace rato que saben que tienen la razón. Y hace rato dijeron: ya basta. Sean pueblos rurales o pueblos urbanos, porque son los mismos, en diferente momento y condición. Van entendiendo cómo seguir levantando su visión en medio de los escombros de la modernidad.
Hay colectivos que ya tienen muy claro que hay que lograr producir los alimentos propios. Que la agricultura campesina no es un mito ni una joya exquisita de la antropología, sino urgente propuesta para enfriar la tierra y producir los alimentos propios, algo que siempre traerá libertad.
Soberanía alimentaria, que le dicen. Autonomía. Algo que no es posible de un día para otro. Algo que será el fruto de una lucha por hacerse escuchar, por juntar fuerzas con las luchas afines, por hacerle justicia a la dignidad y al respeto entre las mujeres y los hombres. Algo que será fruto de una lucha por recobrar la tierra y el manejo de los territorios ancestrales; por reivindicar la convivialidad como raíz del derecho, por reivindicar un autogobierno que propicie la experimentación verdadera y la revaloración de lo tradicional. Algo que tiene su corazón en el cuidado del mundo mediante el cultivo de alimentos y de la vida diversa. Algo que marque un rechazo frontal al futuro al que nos orillan. Y todos los relojes están caminando.
Por eso Cancún puede ser el momento de un grito muy vasto en pos de justicia social y ambiental.