La especulación que crece: de la apropiación y la mercantilización a la financierización de la naturaleza
La finan¿qué?
El término financierización puede resultar ajeno, complejo, rebuscado. Puede dar lugar a preguntar “finan¿qué?”. No obstante, está cada vez más presente en los debates y reflexiones de la sociedad civil, inclusive vinculado a la creciente especulación financiera sobre la vida, incluidos los bienes y componentes de la naturaleza, como los bosques, que son fundamentales no solamente para la supervivencia de las comunidades locales sino para todo el planeta.
Pero, obviamente, éste no es un fenómeno nuevo. La especulación es propia del modelo económico capitalista dominante y se ha venido dando desde sus inicios, como resultado de la permanente necesidad de expansión del capital. Mediante la aplicación de políticas de libre mercado y privatización, el capital se ha ido apropiando cada vez más de los bienes naturales – tierra, petróleo, energía, minerales, alimentos– así como de nuevas áreas – servicios que antes eran de gestión pública.
Ese proceso de creciente apropiación fue facilitado por la intervención de los Estados, que instrumentaron los marcos jurídicos para la necesaria privatización. También habilitaron la creación de una “infraestructura” financiera – el mercado financiero -donde se negocian títulos y una serie de instrumentos financieros, como los mercados de derivados, los bancos de inversión, los fondos de cobertura, los fondos indexados, los productos cotizados en bolsa, por citar algunos (ver cuadro arriba de definiciones).
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Se acerca el 21 de Septiembre, Día Internacional de Lucha contra los Monocultivos de Árboles
Especulando con emisiones de carbono
Propuesto por primera vez en la década del sesenta, el comercio de emisiones [de carbono] fue desarrollado por economistas estadounidenses, negociantes de derivados y de materias primas y grupos ambientalistas “súper verdes” y alianzas comerciales de Washington.
En 1997, el régimen de Bill Clinton presiona con éxito para que el Protocolo de Kioto se convierta en un conjunto de instrumentos del comercio de carbono (Al Gore, quien presentó el ultimátum de Estados Unidos a Kioto, se convirtió luego en un activo miembro de este mercado). En la década de 2000, luego del rechazo de los Estados Unidos al Protocolo de Kioto, Europa toma la iniciativa de convertirse en el anfitrión de lo que hoy es el mayor mercado de carbono del mundo, el “Régimen de Comercio de Derechos de Emisión de la Unión Europea” (RCDE-UE).
El enfoque internacional de la crisis climática sigue siendo el proyecto de construir un solo mercado mundial del carbono, que valga miles de millones de dólares. Los mercados de carbono supuestamente abaratan las reducciones de contaminación por gases de efecto invernadero decretadas por los gobiernos y preservan, al mismo tiempo, las ganancias corporativas.
Como declaró abiertamente el Director Ejecutivo de American Electric Power en octubre de 2009, “si alguien afirma que la única razón por la que American Electric Power quiere [invertir en un proyecto de compensación de emisiones en los bosques de Bolivia] es porque no quiere cerrar sus plantas de carbón, mi respuesta es: ¡Claro, porque nuestras plantas de carbón sirven a nuestros clientes a un costo-beneficio muy eficaz!”.
En Europa, diez de las industrias más consumidoras de combustibles fósiles reciben ganancias extraordinarias del enorme excedente de permisos de contaminación concedidos por sus gobiernos de forma gratuita, ganancias que exceden el presupuesto total de la Unión Europea destinado al medio ambiente. Adicionalmente, el mercado de carbono ofrece a los inversionistas un conducto para la absorción del excedente de capital. En resumen, mientras aparentan responder a las exigencias públicas de acción en favor del clima, los mercados de carbono actúan para servir a los propósitos de las élites.
Para cumplir con el imperativo de generar ganancias, los banqueros, los comerciantes de materias primas, los agentes de productos financieros derivados y los economistas neoclásicos quienes, junto con los gobiernos del Norte, han dominado el desarrollo de los mercados de carbono, han concentrado su ingenio en hacer que el nuevo producto tenga liquidez, sea comparable a otras mercancías, esté normalizado y pueda ser vendido velozmente en una amplia esfera geográfica. Al mismo tiempo se han concentrado en no facilitar la transición hacia un sistema alejado del consumo de combustibles fósiles.
Toda mercancía, para ser intercambiable, debe ser divisible y mensurable. Por ello los arquitectos del mercado del carbono tienen que construir sus productos basados en las moléculas de dióxido de carbono. Los departamentos gubernamentales, los científicos en los paneles de Naciones Unidas, y expertos técnicos de todo tipo, están encargados de contar las moléculas y seguirlas a medida que viajan de los combustibles fósiles a la chimenea y del tubo de escape a la atmósfera, donde se mueven entre el aire, el mar, la vegetación, las rocas, el agua dulce, y así sucesivamente. Los políticos, diplomáticos y funcionarios tratan luego de asignar la responsabilidad de los flujos de moléculas, las reducciones y los ahorros a los diversos países o corporaciones.
Un problema del conteo de moléculas es que ignora o interfiere con la necesidad primordial del problema del cambio climático: cómo instaurar un cambio estructural, de largo plazo para salir de la dependencia de los combustibles fósiles? Lo que ocurre es que las soluciones que promueven este tipo de cambios no pueden ser medidas, cortadas y dobladas como una pequeña mercancía. El conteo de moléculas considera a todas las tecnologías de reducción de carbono como si fueran equivalentes, independientemente del grado de cambios estructurales que promuevan. Además, el enfoque en la posición topográfica de las moléculas, ignora los aspectos históricos, sociales y económicos causantes del cambio climático, mientras el enfoque en la química hace que la diferencia climática se pierda entre las moléculas de origen fósil y las moléculas de origen biótico.
La incursión creciente del sector financiero en los mercados de carbono, provoca que sus productos “sean aún más fungibles, abstractos y desligados de las consideraciones ambientales y sociales, mientras que su simplificación es aún más encubierta”. Por ejemplo en 2008, [el grupo internacional de servicios financieros con sede en Suiza] Credit Suisse puso en marcha en Estados Unidos un negocio por 200 millones dólares para fusionar proyectos de compensación de carbono que se hallaban en diferentes etapas de desarrollo. Luego los dividió para venderlos por partes a los especuladores. Así como los productos del mercado de incertidumbre ocultaban a los compradores y vendedores, con los impactos económicos conocidos en los barrios de menores ingresos de [ciudades de Estados Unidos como] Detroit o Los Angeles, así también los paquetes de productos financieros del mercado de carbono, con sus cadenas de valor aún más largas, ocultan los impactos climáticos y sociales heterogéneos que producen, por ejemplo, los proyectos de metano de minas de carbón y proyectos de biomasa en China, o los proyectos de plantas hidroeléctricas o de cría de cerdos en Ecuador.
El mercado de carbono no es una forma de ecologización “del capitalismo” o una reforma contable impuesta “desde fuera” a una clase empresarial reacia, sino más bien una típica iniciativa neoliberal (tal vez espectacularmente mal concebida) para crear nuevas oportunidades de obtener ganancias de las crisis contemporáneas.
Extraído de: “Mercados de carbono. La neoliberalización del clima”, Larry Lohmann, 2012, http://wrm.org.uy/temas/REDD/mercados_de_carbono.pdf