Cuando tratamos de abstraernos y pensar en la energía, podemos ver desde lo más básico a lo más complejo, desde lo más ajeno a lo más íntimo. Que la agricultura está relacionada con la energía es obvio, y las conexiones son muchas.
De hecho, la agricultura puede entenderse como una forma de transformar la energía solar en energía comestible, en alimento para la vida. También los productos de la agricultura pueden ser destinados a otras funciones energéticas como producir calor o electricidad. Las culturas campesinas a lo largo de la historia se han caracterizado por saber integrar armónicamente las dos necesidades, energética y alimentaria.
Hoy, sin embargo, nos situamos en una sociedad cuyos mandatarios se reúnen en París a deliberar sobre los efectos que tienen sobre el clima las formas actuales de satisfacer nuestras necesidades, basadas en el consumismo y el uso indiscriminado de fuentes de energía que impactan en el medio ambiente. Su declaración final, lejos de abordar las verdaderas causas del cambio climático, parece solucionarlo todo compensando la contaminación con plantaciones, geoingeniería o mercados del carbono. Veremos, en los próximos años, cómo se incrementarán iniciativas con nombres tan fantasiosos como «Agricultura Climáticamente Inteligente».
Los primeros artículos de este número proponen profundizar y desmontar los argumentos del sistema para perpetuar los ciclos de acumulación de beneficio a través, por ejemplo, de megaproyectos de plantaciones forestales o de energías renovables con efectos muy graves sobre nuestros paisajes. Tras estas reflexiones, valoramos más claramente los usos sostenibles de la biomasa como energía para la finca, el hogar, las industrias o los espacios comunes, con propuestas que van más allá de los argumentos científicos y ecológicos, centrándose en la urgencia de que seamos las personas, como sujetos políticos, quienes recuperemos la soberanía, organizándonos de forma colectiva para hacer, decidir y gestionar las necesidades energéticas en nuestros territorios.
Sí, de nuevo el término central es soberanía, el hilo argumental que se mantiene, como es habitual, en otros artículos de la revista. Porque ¿no se debe la crisis del sector lácteo a una pérdida de soberanía? Responde a muchos factores pero uno de ellos es haber delegado las políticas agrarias muy lejos y muy arriba, donde solo llegan las grandes empresas. Desde los municipios podemos ganar soberanía con los consejos alimentarios, que abordamos como una fórmula ciudadana para decidir cómo alimentarnos.
Este número se cierra, y releerla nos emociona, con una entrevista a Asunción Molinos que acierta en nuestro mejor activo para asegurar la vida rural y un mundo vivo: las emociones, una energía que no asola ni asila, una energía que cuida y cultiva.
Fuente: Revista Soberanía Alimentaria
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