Artículo de Eleuterio Gabón, publicado en Rebelión el 31 de enero 2018
El activista mexicano Gustavo Castro se encontraba con Berta Cáceres cuando fue asesinada en Honduras. A él lo dieron por muerto en el ataque. Hablamos con él sobre las políticas extractivistas, sobre las multinacionales, sobre la lucha por la defensa de la tierra y los derechos humanos, sobre los procesos de resistencia y la solidaridad entre los pueblos.
Gustavo Castro es un activista mexicano defensor de derechos humanos. En marzo de 2016 fue invitado por el COPINH en Honduras para dar unos talleres de formación a sus miembros. Durante su estancia se hospedó en casa de Berta Cáceres. La noche en que la asesinaron también le dispararon a él, lo dieron por muerto pero sólo estaba herido. A la espera de que se resuelva el crimen por el asesinato de su compañera, aprovechamos su paso por Valencia para tener un coloquio con él y con varias compañeras en lucha por la defensa de la tierra y los derechos humanos. Lo que aquí recogemos son las historias, reflexiones e ideas que nos dejó su conversación.
La humanidad entera viaja toda en el mismo tren. Un tren enorme, rápido, que sigue su camino con determinación. En este tren hay vagones de primera, segunda, tercera y hasta de cuarta clase. Incluso hay, y no son pocos, quienes viajan agarrados como pueden por fuera o trepados al techo de los vagones.
Son estos quienes primero advierten que apenas a unos 500 metros, hay en la vía un socavón enorme hacia el que el tren se dirige a toda velocidad. De continuar así, se precipitarán inevitablemente hacia el abismo. Son pues, los más pobres, los viajeros marginados, quienes dan la voz de alarma.
«La progresiva implantación de los tratados de libre comercio en América Latina está suponiendo la criminalización de los defensores de derechos humanos, el aumento de los despojos y el saqueo en los territorios de nuestros pueblos y países. Hablo de mi país México. Un ejemplo: De 2000 a 2011 se ha extraído más oro, que en 300 años de colonia. Les daré otro: antes del tratado de libre comercio aprobado en 1994, 100 millones de personas comían maíz cuya producción era en un 90% autóctona. Hoy el abastecimiento de maíz proviene mayoritariamente de empresas extranjeras.
Con los acuerdos comenzaron las facilidades otorgadas por los gobiernos para las inversiones de las grandes multinacionales. Aparece la precariedad laboral, se destruye el empleo, aumenta el paro y la consiguiente migración hacia EEUU. Se privatizan los recursos, los servicios, las empresas nacionales, todo está en venta. Como resultado el Estado se queda sin ingresos y comienza a subir los impuestos y a recortar en sanidad y educación, los derechos también se van privatizando.»
Ante el desastre inminente la gente se apresura a movilizarse e intenta dar soluciones. Hay que avisar al maquinista, decirle que se pare, que detenga el tren. Pero eso es imposible, para llegar hasta el maquinista hay que atravesar todos los vagones, ir pidiendo permisos para pasar de uno a otro. Además, el maquinista es un mandado, hay que rellenar solicitudes, hacer requerimientos para hablar con quienes dan las ordenes y lograr que manden al maquinista detener el tren. Demasiado complejo, ya no llegamos.
Hay quien arguye que no puede ser decisión de unos pocos el tomar una resolución tan importante y que repercute en todos, en la humanidad entera. Es necesario comenzar a convocar asambleas en cada vagón para que la gente debata, opine y tome resoluciones que puedan después ser puestas en común en una asamblea general por los representantes de cada vagón. ¡Uy, no! Pues ya quedan 400 metros, tampoco nos da para organizar todo eso.
«Además de los EEUU y Canadá, la Unión Europea comienza a participar de los tratados de libre comercio, no quiere quedarse fuera, tampoco China. Las empresas europeas se especializan en proyectos de mineras, represas e hidroeléctricas. Estos se suman a otros grandes negocios de saqueo y de muerte: monocultivos de aceite de palma, de maíz y soja transgénica, minas a cielo abierto, extractivismo, fracking, petróleo, maquilas… Todas las multinacionales tienen la misma consigna: poder extraer la mayor cantidad de riqueza con los mínimos impedimentos legales. Son los principios del neoliberalismo.
Esto sucede en toda Latinoamérica: las mismas multinacionales y las mismas políticas neoliberales. También van llegando a Europa. En pocos años y al amparo de la crisis económica, las multinacionales han aprovechado las deudas de los países para invertir sin cortapisas. Su presión consigue modificar legislaciones, constituciones, eliminar derechos laborales, liberar servicios, privatizar territorios y derechos. La amenaza no se sufre en todos lados con la misma intensidad pero es global.»
Siguen las propuestas y las discusiones a penas a 300 metros para llegar al gran socavón que pondrá fin a la historia del tren de la humanidad. El problema es que hay que informar a la gente de lo que está pasando para poder revertir la situación. Hay quienes nunca han salido de su vagón, ni se han levantado de su asiento, ni siquiera han mirado por la ventanilla. Podemos montar antenas en cada vagón y emitir por radio contando lo que sucede, la gente reaccionará. Aunque reaccionaran, no queda tiempo para todo eso.
Pues cambiemos el combustible del tren para que no contamine tanto, para que vaya más lento, reduzca la velocidad y nos dé tiempo a pensar mejor las cosas. Pero es igual, aunque vaya más lento, la dirección es la misma y vamos derechitos al precipicio.
«Así es el tren del progreso, la ola neoliberal que se viene, la lógica de la explotación en la que los recursos se agotan, el clima se pervierte, la tierra se destruye y los humanos que no producen o no consumen, sobran y mueren o se les deja morir o se les mata. Los llamados gobiernos del cambio que surgieron en América Latina en la década del 2000 paliaron algunas desigualdades pero fueron cambios de chofer en el mismo tren, el mismo modelo. Políticas desarrollistas, izquierda capitalista…
Mientras, en nuestros territorios a la tierra se la asfixia, al agua se la envenena, el ganado se muere, los niños salen con ronchas tras bañarse en ríos contaminados. En las comunidades se da la división entre quienes resisten y quienes colaboran con las multinacionales. Mariano Abarca fue de los que resistió y acabó en la cárcel con falsas imputaciones. Los abogados y defensores lograron sacarlo. Lo mataron a la puerta de su casa en Chiapas. En Oaxaca mataron a Bernardo…
A los gobiernos les resulta más barato criminalizar la protesta que pagar las indemnizaciones que supone quitarles los proyectos a las empresas. Protestar es oponerse al progreso inevitable, a quienes se oponen se les considera poco menos que terroristas. La recién aprobada Ley de Seguridad Interior mexicana, permitirá la intervención del ejército cuando se considere que existe una amenaza al orden social…»
Apenas queda ya tiempo, unos 100 metros para el fatal desenlace… ¿Y si probamos parar el tren tratando de frenarlo con nuestros propios pies? Pues la mitad vamos a perder la pierna sin lograr nada. Lo que hay que hacer es tomar el control por la fuerza, llegar hasta el maquinista, sacarlo y ponernos a los mandos nosotros. Pero es que somos gente pacífica, no queremos causar violencia contra nadie, defendemos los derechos humanos para todas las personas. No, eso tampoco puede ser.
«Hay mucha violencia porque hay una gran resistencia. Los pueblos están en resistencia ante la agresión a los territorios. Las mujeres están encabezando estas protestas. Nacen alternativas al modelo hegemónico; asambleas, monedas locales, huertos urbanos, intercambios locales, colectivizaciones, otros tipos de educación, de cuidados… Tratamos de crear autonomía, de estar juntos luchando, resistiendo, aprendiendo, conviviendo. La violencia es grande porque somos muchos y nos tienen miedo. Por eso es importante que, a pesar de las agresiones, seamos capaces de vivir, de compartir, de estar alegres, de divertirnos, de mantener la esperanza. Y la gente así lo hace.
Y no queda de otra, no se engañen. Hay que salirse del sistema, saltar del tren en marcha, aunque no todos sobrevivan a la caída… como le pasó a Bertita…
La mejor forma de solidaridad entre los pueblos es defender lo que cada uno tiene en su entorno, así es como mejor podemos resistir juntos a un mismo enemigo, así es como mejor podemos ayudarnos. Luchar, resistir con mucha alegría, con mucha esperanza. Así es como crearemos un mejor futuro. Porque no se trata de pensar qué mundo le vamos a dejar a nuestros hijos. La pregunta acertada, la lanzó una anciana chiapaneca en su asamblea: ¿Qué hijos le vamos a dejar a este mundo?.
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Este artículo también fue publicado en El Salto y Desinformémonos
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