Petróleo, medio ambiente, cambio climático y seguridad: Macondo, otra advertencia más
Por Gian Carlo Delgado Ramos
El típico entendimiento de que el desarrollo tiene como fundamento el crecimiento económico dibuja un esquema que apunta a la debacle socio-ambiental puesto que el crecimiento económico obligadamente requiere de la transformación de la naturaleza hacia un estado mayor de baja, es decir, en desechos, y dado que esa transformación es irrevocable, el medio ambiente establece límites al subsistema económico. Todo uso de los recursos naturales para satisfacer necesidades no vitales lleva consigo una menor cantidad de vida en el futuro.
Resumen.- El actual patrón energético está centrado esencialmente en combustibles fósiles, siendo el petróleo el más relevante. El proceso de su obtención y quema produce costos ambientales y humanos que no son tomados en cuenta y por tanto quedan ocultos. Uno de tantos son los derrames, como el sucedido en el pozo Macondo en abril de 2010. El presente texto plantea que tales costos ocultos deben leerse desde un análisis amplio que no se limite al suceso per se. De este modo se plantea en un primer momento, la necesidad de dar cuenta del eminente alcance del punto máximo de producción (peak oil), el esperado incremento de la población mundial y el creciente calentamiento del planeta. Se analiza entonces el significado del derrame del pozo Macondo como un rasgo que lejos de ser excepcional es característico del patrón energético actual. Se cierra con una valoración sobre las implicaciones de seguridad del actual patrón energético para luego plantear la necesidad de repensar el desarrollo como sustento de un cambio de paradigma.
1. Introducción
Cuando la humanidad tuvo acceso a fuentes altamente condensadas de energía, su expansión y complejidad tuvo lugar como nunca antes. La escala global de tal fenómeno incluyó lo espacial, lo poblacional y desde luego, lo energético. Se pasó de un consumo de unos miles de barriles de crudo al año a mediados del siglo XIX a más de 65 millones de barriles diarios para fines del siglo XX (Heinberg, 2003: 92).
Mientras más energía se dispuso, más espacio se ocupaba, siendo la ciudad ícono de ése proceso. El crecimiento poblacional se disparó, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX pues pasó de unos 500 millones hasta el siglo XVI, a mil millones a principios del siglo XIX y dos mil millones para la década de 1930, para después aumentar en un mil millones adicionales de personas para 1960, 1974, 1987 y 1999 (Homer-Dixon, 2007: 61). Hoy día, la población mundial se estima en unos 6,800 millones de habitantes, siendo poco más de la mitad urbana.
Los combustibles fósiles constituyen, según la Agencia Internacional de Energía (AIE) y para el año 2008, el 81.3% de la energía primaria total mundial (AIE, 2010: 6). De este porcentaje, la mayor parte del petróleo se emplea en motores de combustión interna destinados al transporte, el resto en generación de electricidad y en la petroquímica. La mitad del carbón se emplea en la generación de energía eléctrica y el resto en diversas funciones industriales y domésticas. El gas, se emplea crecientemente en la generación de electricidad pues se pasó del 12.1% de su uso en el total de energía eléctrica generada en 1973 a 21.3% en 2008. También se usa, y prácticamente en montos similares, por la industria, el comercio y usos domésticos. De precisar es que la mayoría de la electricidad, o energía secundaría, se emplea en usos industriales (54%) y doméstico-comerciales (46%).
Lo indicado implica que, en resumen, el destino general de los combustibles fósiles tiene tres grandes rutas:
1) generación de energía calórica;
2) de energía eléctrica; y
3) motores de combustión interna.
Es un contexto en el que resulta imperante notar que de 1973 a 2008, si bien la cantidad de energía generada se ha duplicado -se pasó de 6,115 a 12,267 millones de toneladas de petróleo equivalente-, la proporción de los combustibles fósiles no ha variado aunque sí se le da un mayor peso al carbón y al gas. A ello se suma un incremento en el rol de la energía nuclear que creció seis veces al tiempo que, llamativamente, se estancan las energías renovables al representar en esos 35 años tan sólo el 10 % del total de energía primaria mundial (AIE, 2010). Así, los datos nos muestran que, pese a las adversidades, la política energética de las últimas décadas ha sido marcada y claramente fósil y nuclear.
Dejando de lado el caso de la nuclear (véase Delgado, 2008 para una indagación puntual) y enfocándonos en el caso de los fósiles, es importante recordar que en especial el ritmo de extracción y quema de petróleo ha llevado a que estemos ya en su punto máximo de producción (o de peak oil). Marion King Hubbert estimó que el pico mundial se alcanzaría entre 1990 y 2000, sin embargo muchos de los datos de pozos petroleros que empleó no eran del todo precisos, además de que, desde entonces, la tecnología de extracción posibilitó ampliar ligeramente las reservas probadas de crudo. Colin J. Cambell (1997), otro geólogo petrolero, actualizó la estimación y fijó el “pico” mundial entre el 2008 y 2010. En el mismo sentido, Kenneth Deffeyes (2001) habla de un pico de entre 2003 a 2009, mientras que L. F. Ivanhoe, fundador del Hubbert Center for Petroleum Supply Studies, coincide en que el pico se alcanzó entre el 2000 y el 2010. Otros, como el geólogo Thomas Magoon del US Geology Survey (USGS) o el Oil & Gas Journal, son relativamente más optimistas y hablan de un rango de años de entre el 2003 y el 2020 (Heinberg, 2003: 113).
Pero, como bien advierte Homer-Dixon, la situación podría ser peor que la estimada puesto que los datos de las reservas mundiales (tanto de las petroleras privadas como públicas) usualmente son inexactas e incluso deliberadamente manipuladas en tanto que permiten estimular la economía nacional, abrir las puertas a más créditos y, en el caso de los países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), adjudicarse mayores cuotas de producción (Homer-Dixon, 2007: 89).
A lo anterior, deben sumarse las estimaciones de la AIE que contemplan un aumento en el consumo energético del 57% en el periodo de 2004 a 2030, un panorama en el que no es menor el hecho de que el consumo energético sea desigual pues se calcula que los habitantes de los países con mayores ingresos consumen unas 21 veces per capita más que los de bajos ingresos.
Cifras a nivel mundial precisan, además, que 2,400 millones de personas utilizan biomasa tradicional (e.g., madera) para cocinar, mientras que 1,600 millones no tienen acceso a la electricidad (Bank Information Center et al, 2006: 21). Esto es: la mitad de la población mundial está prácticamente fuera de los supuestos “beneficios de la modernidad”. Por tanto, cuando se habla de patrones intensivos de consumo energético, en buena medida nos referimos al de una fracción de la población mundial, esto es el de las clases medias y altas.
2. Los costos ocultos del patrón energético: una breve mirada al caso del petróleo.
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http://www.giandelgado.net/2011/07/petroleo-medio-ambiente-cambio.html