¿Capitalismo verde?

de Víctor M. Toledo, La Jornada

¿Es posible un ecocapitalismo, un capitalismo verde? ¿Puede una empresa ser exitosa y al mismo tiempo mantener prácticas que con rigor no afecten a la naturaleza? ¿Tiene un empresario entrenado para competir, derrotar y destruir, la sensibilidad para reconocer el aleteo de una mariposa? ¿Cómo hacer compatible la implacable lógica de producción masiva de una sola mercancía con el valor fundamental de la vida: la diversidad? Y la carrera enloquecida por crecer que caracteriza a los negocios, ¿no es acaso contradictoria con los procesos y ritmos naturales? Las preguntas han estado reverberando al menos por un par de décadas, y al parecer hoy estamos en posibilidad de responderlas. Las respuestas son todas negativas, a pesar de dos intentos, uno legítimo, el otro corrupto, por demostrar lo contrario. Por un lado, un intento por justificar científicamente el papel ambientalmente positivo de la economía capitalista, ya sea mediante su comprobación explicita u ocultando o negando los efectos destructivos del capital. El primero atañe a todo lo que se ha escrito en torno a la llamada economía verde. Lo segundo tiene que ver con el alud de disfraces que usan para lavar la imagen de empresas y corporaciones y parecer ecológicamente correctas, una cosmética conocida como lavado verde ( green washing), la orquestación de campañas para crear la ilusión de que las empresas son capaces de transformarse y de mutar hacia servicios o productos ambientalmente amigables.

Dentro de las llamadas economía ambiental y ecológica, mucho se ha escrito sobre una posible racionalidad del capitalismo frente a los problemas ecológicos. Una de las obras seminales es el libro Natural capitalism, de P. Hawken, A. Lovins y L. Hunter-Lovins, publicado en 1999. El concepto central de esta corriente que intenta ofrecer una salida a la crisis ecológica de escala global es el de capital natural. El concepto contiene la idea de que existe un capital embebido en la naturaleza, del cual depende toda posible riqueza y que en consecuencia deben adoptarse instrumentos inspirados en el mercado para resolver los problemas ambientales. La obsesión ha llegado a tal punto que un grupo de investigadores liderados por R. Costanza se dieron a la tarea de calcular en dólares el valor de la naturaleza. Y lo lograron. Para el mercado, el capital natural del ecosistema planetario y sus servicios ambientales oscila entre los 16 y 54 trillones de dólares al año (ver: http://www.esd.ornl.gov/benefits_ conference/nature_paper.pdf)

Este estudio, tan inútil como absurdo, ha sido citado más de 10 mil veces en la literatura científica.

De esta visión surgió una práctica de salvamento, a ser ejecutada por empresarios y empresas: La mayoría de los negocios operan aún bajo una visión anticuada del mundo, que no ha cambiado desde el comienzo de la Revolución Industrial. En aquella época los recursos naturales fueron abundantes y la fuerza de trabajo fue el factor limitante de la producción. En la actualidad, existe un excedente de trabajo, mientras el capital natural, los recursos y sistemas ecológicos que proveen de los servicios que soportan la vida, son cada vez más escasos y relativamente caros. La próxima Revolución Industrial, como la primera, vendrá como respuesta al cambio de patrón de escasez. Ella creará recuperación y nuevas oportunidades. Los negocios deben adaptarse a estos nuevos tiempos. Y eso es lo que están haciendo las empresas innovadoras (ver: http://www.natcap.org/).

El lavado de imagen o cosmética verde es una estrategia publicitaria iniciada por las empresas para hacer creer que sus productos o acciones toman en cuenta la problemática ambiental, cuando en realidad sus negocios son altamente destructivos de la naturaleza. El término en inglés (“ green washing”) fue introducido por el periodista neoyorquino Jay Westervel en 1986, a partir de una práctica hoy generalizada en muchos hoteles de contribuir a salvar el planeta evitando cambiar las toallas diariamente. Desde entonces la práctica de envolverse en un baño de pureza ecológica para vender sus productos o servicios se ha vuelto harto común en miles de empresas y corporaciones. En paralelo, los grupos de ambientalistas o académicos que se han dedicado a investigar estas actitudes fraudulentas se han multiplicado. En 2002, durante la Conferencia Mundial sobre Desarrollo Sostenible en Johannesburgo, la llamada Academia del Lavado Verde (Greenwashing Academy) otorgó premios a las entidades más sofisticadas en engañar a los consumidores. Los premios fueron otorgados a corporaciones petroleras como BP o la Exxon Mobil y al gobierno de Estados Unidos. Más recientemente, un estudio de 4 mil 744 productos anunciados en 2010 como ecológicos o ambientalmente amigables, reveló que 95 por ciento de ellos no lo eran realmente, es decir, estaban mintiendo (ver: http://en.wikipedia.org/wiki/ Special:Search/).

Mientras tanto, en la realidad, la gran competencia global prosigue de una manera cada vez más intensa. En ella compiten las gigantescas corporaciones y los empresarios más ricos por obtener las mayores ganancias posibles a partir de la explotación cada vez menos sutil de los trabajadores y la dilapidación de la naturaleza. El espectáculo que presenciamos es cercano a lo apocalíptico: el capital globalizado arrasa con todo, mediante megaproyectos turísticos, hidroeléctricos y energéticos, minería a cielo abierto, una pesquería que ha abatido las tres cuartas partes de los recursos marinos, ganadería extensiva, miles de substancias tóxicas esparcidas, reducción de la biodiversidad (sólo la soya transgénica ha convertido más de 40 millones de hectáreas en una fábrica de una sola especie) y contaminación de la atmósfera. Lo que no hemos podido detener los ciudadanos del mundo, lo detendrá la naturaleza por medio de las resistencias ecopolíticas que crecen y se multiplican por todo el planeta. El capital en su laberinto.

*Más información en: www.laecologiaespolitica.blogspot.com

 

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