Compartimos la siguiente investigación publicada en la Revista Mongabay a través de Animal Político
Mientras el monocultivo se expande en el norte de la Selva Lacandona, comunidades indígenas denuncian la escasez de agua, de alimentos y de tierras para los cultivos de autoconsumo.
En Chiapas hay 64 000 hectáreas sembradas que representan el 70 % del total de las plantaciones de palma en México.
por Rodrigo Soberanes en 5 febrero 2019
Cuenta un comunero del pueblo Maya Chol que vio desaparecer la pequeña laguna que tanto atesoraba su familia. Quedaba junto a la casa de sus padres y para Federico Méndez era un paraíso protegido por la espesura de la Selva Lacandona en México. Recuerda el comunero que el problema comenzó el día que llegó la palma africana a su municipio, llamado Salto de Agua, entonces los cultivos empezaron a cercar poco a poco ese rincón idílico de la familia Méndez y de pronto fueron testigos de cómo bajaba el nivel del agua mientras las palmeras ganaban altura.
“A 30 metros establecieron una plantación de cinco hectáreas de palma africana. A partir de los cinco años se acabó el agua”, narra el comunero Chol, Federico Méndez.
Del “enamoramiento” al desamor. El boom de la palma africana en Chiapas duró poco: el agua hace falta y los beneficios económicos no son los que les prometieron. El el sureste del país, hay sed y hambre por el monocultivo.
Hoy esas palmeras miden más de 15 metros y la laguna está seca. Federico se pregunta entonces si valió la pena, sobre todo cuando le cuentan que en los últimos cuatro años el precio del fruto de la palma ha caído.
Esta es una de las tantas historias que cuentan los habitantes de la comunidad La Concordia y que se repiten una y otra vez en la región indígena conocida como Tulijá, al norte de la Selva Lacandona, en el sureste de México. El agua hace falta y los beneficios económicos de la palma africana no son los que les prometieron, tampoco los que esperaban.
Esto se ha traducido en una escasez de alimentos en muchas comunidades, incluso hay un investigador mexicano que ha utilizado el término “hambruna” para describir la situación de la población de Tulijá —que abarca siete municipios y alberga a 4800 habitantes— compuesta por etnias mayas Tseltal y Chol casi en su totalidad.
El inicio
La palma africana se instaló masivamente en el norte de la Selva Lacandona allá por 1994, cuando estalló la rebelión indígena zapatista. Esto hizo que muchos propietarios huyeran raudos de la zona abandonando sus tierras, que aparecieran nuevos actores para apropiarse de esos territorios y que producto de la repartición de los terrenos se formaran nuevos ejidos o tierras comunales.
“Del 94 para acá invadieron muchos ranchos la gente por esta región y otros rancheros comenzaron a vender sus tierras. El gobierno comenzó a comprar para darle a la gente vía fideicomiso y vía subsidio”, cuenta Feliciano Arcos, habitante de la comunidad de Las Vegas, en Salto de Agua.
Así es como recuerda Arcos el inicio de un cambio radical en la vida de su región. “Así se formaron los ejidos por toda esta carretera. Pasaron años y comenzó a llegar la Secretaría del Campo de Chiapas para decir que es bueno trabajar con la palma”, agregó el campesino.
A partir de 1995, el paisaje en aquella región selvática comenzó a transformarse. Federico Méndez lo vivió cuando vio desaparecer su pequeña laguna.
Los cultivos de autoconsumo fueron disminuyendo y la agricultura industrial apareció en la zona como una promesa de cambio para las familias de las comunidades indígenas.
Para entender el nuevo escenario de Chiapas en los noventa, hay que mirar el contexto actual. En México existen hoy nueve plantas procesadoras del fruto de la palma africana: ocho de ellas están en Chiapas y, de este grupo, dos en la región norte de la Selva Lacandona.
Bárbara Linares, investigadora del Colegio de la Frontera Sur, un centro público de investigación científica mexicano, ha seguido de cerca el caso de Tulijá y explica así los efectos de la palma africana en las comunidades: “Es una región que históricamente ha vivido del autoconsumo y desde la llegada de la palma africana y la mecanización del cultivo, el medio ambiente, el uso del territorio y el tejido social han sufrido cambios drásticos”.
Al inicio, cuenta la experta, se establecieron viveros extensos y las empresas palmicultoras les dieron trabajo a las mujeres, niños y hombres. El panorama era novedoso y el futuro lucía prometedor para las comunidades del Valle de Tulijá. El éxito lo medían entonces por el flujo de dinero.
Pero también se podía empezar a constatar el crecimiento del negocio de la palma con las miles de hectáreas de selva que iban desapareciendo año tras año. Feliciano Arcos da fe de ello.
Arcos recuerda que el comentario de una empresa de la zona era: si trabajas la palma, te va a mejorar la vida. Fue así como miles de familias entraron en una dinámica de industria y mercado, y comenzaron a depender del dinero para poder adquirir sus alimentos.
Pero cuentan los comuneros a los que Mongabay Latam entrevistó para este reportaje, que no entendían entonces el daño que le estaban causando a la tierra. Dicen que nadie se lo explicó. Estaban contentos porque tenían un buen trabajo. Ahora, como sus ingresos han disminuido, producto de la caída del precio de la palma, muchos han optado por migrar hacia Estados Unidos.
La entrevista a Federico Méndez —habitante del ejido Arroyo Encantado, del municipio Salto de Agua— se realizó en un paraje del ejido Santa María que antes de la siembra de palma africana conservaba superficies pantanosas en ambos lados de la famosa carretera de la Ruta Maya.
Ahora el suelo es duro, las mesas y sillas están cubiertas de una capa de polvo, y en los parajes aledaños se observa una intensa actividad de jornaleros que cosechan los racimos del fruto de la palma y lo acarrean a orillas de carretera. Allí se detienen los camiones para recoger la carga y llevarla a los centros de acopio.
Mongabay Latam realizó varios intentos por contactar a las autoridades ambientales competentes —Secretaría del Medio Ambiente de Chiapas y Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales del gobierno nacional— pero hasta el cierre de esta edición no recibimos respuesta alguna. En esa búsqueda, una fuente de la dependencia de Chiapas señaló que por tratarse de administraciones que recién han asumido sus cargos, no tienen conocimiento suficiente ni “interés” por tratar este tema con los medios de comunicación.
Los problemas denunciados por algunas de las comunidades indígenas de Chiapas guardan relación con los resultados de algunas investigaciones. De acuerdo con una de la Universidad Autónoma de Chiapas, publicada en 2012, «la expansión de este cultivo acentúa las desigualdades sociales, degrada los recursos naturales, utiliza mucha energía fósil, impulsa la concentración de la tierra, debilita los sistemas locales de provisión de alimentos y reduce los márgenes del valor generado en la cadena agroalimentaria para los pequeños productores».
El enamoramiento
La Secretaría de Agricultura del Gobierno de México señala que el país tiene sembradas 90 118 hectáreas. Eso reportan las cifras hasta el 2016. Pero con esa superficie solo se cubre el 61 % de la demanda nacional de aceite de palma —aceite comestible y biodiesel— y el resto se tiene comprar de otros países como Guatemala, Colombia y Costa Rica, principalmente.
El gobierno mexicano no está dispuesto a seguir importando y por eso se ha trazado una meta ambiciosa: incrementar en un 50 % la producción de palma aceitera de cara al 2030.
La Secretaría del Campo de Chiapas estima que en ese Estado hay unas 64 000 hectáreas sembradas, lo que representa alrededor del 70 % de toda la palma que posee hoy México.
Por eso el potencial de Chiapas ocupa un lugar central en la Planeación Agrícola Nacional de México 2017—2030. En este documento, el Estado de Chiapas es considerado estratégico porque se busca incrementar sus plantaciones hasta alcanzar 1 219 000 hectáreas sembradas.
Pero para alcanzar esta meta necesitan disponer de las tierras del sector rural. Por eso el enamoramiento, como le llaman los investigadores a la etapa de convencimiento, es fundamental.
Las autoridades y empresas que introdujeron el cultivo de la palma africana se encargaron desde el inicio de sembrar la promesa de una mejora económica. Algunos comuneros recuerdan que les hablaron de jugosos pagos puntuales cada quincena.
“Ahí fueron convenciendo a la gente diciendo que iban a vender cada 15 días y cuando les llegaron a ofrecer les daban apoyo para sembrar y limpiar sus predios. Fue simplemente para convencer a la gente. Luego dejó de existir eso”, contó Federico Méndez.
El profesor de la Universidad Intercultural de Chiapas, León Enrique Ávila, con amplia trayectoria en el estudio del fenómeno social de la palma africana en la región, identificó «al enamoramiento» como uno de los pasos utilizados por las empresas procesadoras dentro de su estrategia de convencimiento.
Para Ávila es una etapa en la que las partes interesadas se introducen en las comunidades para convencer a las personas de que se muden a la actividad agroindustrial.
Feliciano Arcos, comunero originario de la comunidad Las Vegas, en el municipio Salto de Agua, cuenta que las empresas les ofrecieron un panorama en el que los comuneros recibirían todos los insumos necesarios y, después de dos años de la siembra, comenzarían a cosechar y vender su producto cada quincena, recibiendo una paga sustancial.
“Fue simplemente para convencer a la gente. Luego dejó de existir eso. Pero mucha gente se convenció y comenzaron a sembrar desde dos o tres hectáreas”, recuerda Arcos.
En un reportaje publicado por Mongabay Latam en 2018 sobre la expansión de la palma aceitera en la región sur de la Selva Lacandona, el entonces director de Producción Hortofrutícola y Agroindustrial, Onorato Olarte, dijo que las plantaciones de este cultivo no afectan terrenos selváticos debido a que utilizan potreros u otros predios ya deforestados.
“La estrategia de fomento a la palmicultura está basada en la no tala de selva para apertura de nuevas plantaciones”, afirmó la entrevista.
Sin embargo, Antonio Castellanos, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, especializado en el estudio de la palma africana en Chiapas, explicó en una entrevista a un medio local que la introducción de la palma en esta región mexicana no ha sido bien regulado.
“El gobierno afirma eso pero el proceso de crecimiento ha sido poco regulado. Ha habido varios tipos de cambio de suelo hacia la palma, incluyendo en selvas y acahuales (predios con selvas jóvenes). Pero también ha habido deforestación. El problema ha sido una regulación escasa en ese sentido”, declaró el especialista al medio mexicano.
El desamor
En la “etapa de enamoramiento” no se le dijo a la población que el precio de su producto depende de la cifra que arroje la Bolsa de Rotterdam sobre el precio de la tonelada de aceite de palma.
“En ciertos momentos de enamoramiento tiene el precio muy alto y eso va encantando a los productores, pero como todo ciclo económico, duran dos o tres años. De 2014 a la fecha bajó el precio dramáticamente y eso ocasionó que existiera hasta hambre en la región”, señaló León Enrique Ávila.
A los productores tampoco les dijeron que los insumos que les estaban otorgando, se descontarían de sus pagos, por lo tanto, si las noticias desde Rotterdam no eran buenas, podría ocurrir que esos pagos quincenales se hicieran humo.
“La empresa les da fertilizantes, herramientas, muchas cosas pero la empresa lo va descontando a la hora que llegan los productores a pesarlo directamente a la fábrica”, dijo Ávila.
Una de las empresas con mayor presencia en esa región de Chiapas es Palma Tica de México. Según la organización Otros Mundos, el mecanismo de esta extractora para obtener materia prima consiste en ofrecerle las plantas a los productores a crédito y bajo la condición de que el productor solo entregue su producto a esa empresa.
Mongabay Latam contactó a Palma Tica para tener su versión frente a las denuncias de las comunidades maya de Chiapas, pero a pesar que señalaron que responderían por correo a nuestra solicitud de entrevista, hasta el cierre de este artículo no hubo comunicación alguna.
Ávila, con años de recorrido en la región, compara la dinámica de la palma establecida entre industriales y productores con la de las “tiendas de raya” de mediados del siglo pasado, cuando los campesinos estaban a merced de sus patrones y no tenían otra salida que comprar sus alimentos en las mismas tiendas que estos administraban. Si en algún momento al obrero o campesino no le alcanzaba el dinero, entonces la «tienda de raya» le brindaba un crédito que lo ataba por muchos años.
En este caso —explicó el especialista— es una “tienda de raya” que opera en terreno con representantes de los gobiernos y las empresas.
“Les garantizan los suministros y así los van fregando. ¿Cómo llega la palma a una comunidad? Es toda una negociación, la intersección del gobierno y las presidencias municipales, que se han convertido en promotoras de este modelo en muchas zonas, y son los que hablan directamente sobre las grandes ventajas de sembrar palma”, explica el experto.
El académico señala que en la región existen hoy movimientos que se resisten a la proliferación de la palma africana y uno de ellos es liderado por la iglesia católica, en concreto, por la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, que ha jugado un papel importante en la pacificación de las regiones indígenas de Chiapas desde 1994.
“La teología india, impulsada por la iglesia católica en la zona, que permite procesos de reflexión sobre la relación del ser humano con la naturaleza”, señala Ávila.
El hermano religioso Joaquín Mnich, misionero de la Parroquia de Salto de Agua, es una de las personas que hacen el trabajo al que se refiere el investigador. Según Mnich, “hay comunidades que cambiaron el cultivo de maíz y frijol por la siembra de la palma africana y, de esta manera, faltan actividades propias de la producción de sus alimentos para el autoconsumo y eso hace a la vez que estos productos sean más caros”.
Mnich sostiene que la gente de las comunidades maya no entienden las consecuencias de la actividad que están desarrollando. “Lo que sí se sabe y está comprobado es que la palma destruye la madre tierra y para recuperarla es muy tardado y lento”, dijo el religioso.
Feliciano Arcos se pregunta: “¿Qué va a comer la gente que destinó sus tierras al cultivo de la palma?”. El comunero se refiere a las personas que disfrutaron de algunos años de bonanza y que hoy ven cómo sus ingresos han disminuido sacrificando, en el camino, las bondades de sus tierras.
A más de 20 años del inicio de la siembra en la región, el balance por la llegada masiva del cultivo de la palma africana comienza a ser negativo, como lo señalan algunas investigaciones, porque no está dando los resultados prometidos.
Un estudio sobre la palma africana en Chiapas y los escenarios en el uso del suelo, elaborado por la investigadora alemana Birgit Wiedersatz en el 2012, identificó por ejemplo que el cultivo de la palma aceitera es “la mayor causa de deforestación” en esa región de México, porque abarca enormes extensiones. También señaló la experta que la palma ocasiona “la degradación y erosión del suelo”.
En el estudio de Wiedersatz, Salto de Agua fue colocado dentro de una zona productiva de palma africana que en el 2010 abarcaba 2200 kilómetros cuadrados y que se proyectaba a crecer en un 5 % anual. Con este pronóstico —basado en un modelo científico que estudia el cambio climático y el comportamiento de los cultivos en la región— se calculó que en el 2020 el crecimiento de la palma africana afectaría “el estado de la soberanía alimentaria del maíz”, reduciéndolo a un nivel muy bajo y generando un impacto en los ecosistemas forestales y la selva húmeda primaria.
Es un panorama que en el terreno ya se comienza a vivir. “Ahorita tienen la misma vida los que sí [sembraron palma] y los que no la sembraron, pero los que no, tienen reserva, tienen donde sembrar, tener leña. Los que sí, están comprando leña y alimentos. Cuando ya no lo va a poder trabajar, a ver qué van a hacer. El suelo ya se desechó, la humedad la aprovechó la palma”, dijo Arcos.
Los que no sembraron —dijo el comunero Méndez— son en su mayoría las personas mayores que viven en ejidos antiguos, es decir, los que ya estaban antes de la revuelta de 1994, y tienen su subsistencia asegurada por medio de sus propias cosechas. El dinero no es vital.
En cambio, los que sí sembraron, son personas más jóvenes que, de acuerdo con el estudio de Otros Mundos, entraron en “la llamada reconversión productiva que implica eliminar la soberanía alimentaria”.
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Vídeo: Mongabay Latam.
Fotos: Rodrigo Soberanes y Moises Zuñiga
- Foto 1: En los paisajes de la llamada Ruta Maya se ven con frecuencia a trabajadores acopiando sus cosechas de coco de palma africana.
- Foto 2: El fruto de la palma de aceite es acopiado en un predio del municipio de Salto de Agua, en la orilla de una carretera.
- Foto 3: Federico Méndez y Feliciano arcos caminan en la carretera mostrando señalando los predios donde se cultiva la palma africana.
- Foto 4: Muchos parajes de la ruta maya donde había suelo pantanoso ahora hay palma africana.
- Foto 5: Las poblaciones del ejido Boca Chajul conviven con la palma africana. Foto: Moysés Zúñiga Santiago.
- Foto 6: Pobladores de Salto de Agua aprovechan todas las superficies posibles para sembrar palma africana, incluso al lado de sus casas.
Más información:
Libro: 12 tácticas utilizadas por empresas de palma aceitera para apoderarse de tierras comunitarias
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EL ESCARAMUJO 01: LA PALMA AFRICANA EN MÉXICO (I y II)