Por Pia Rioblanco / Otros Mundos A.C.
Mañana, jueves 29 de septiembre, Otros Mundos A.C. y otras organizaciones celebraremos el día nacional del maíz en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México. Los talleres y las charlas estarán enfocados este año a cómo este cultivo y las semillas nativas de nuestro país en general son víctimas de los tratados de libre comercio. Sobre todo del nuevo Acuerdo Transpacífico (TPP), firmado por el presidente mexicano en febrero del 2016.
México está a punto de firmar un convenio que dejaría en manos de las empresas biotecnológicas el control de sus semillas nativas. Se vería restringida la libre circulación de éstas entre los pequeños agricultores, eje fundamental del tejido social en los pueblos rurales del país y guardianas de la biodiversidad.
Se trata del convenio de la UPOV 91. UPOV, por “Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales”, una organización intergubernamental con sede en Ginebra (Suiza), que se dio como misión “proporcionar y fomentar un sistema eficaz para la protección de las variedades vegetales, con miras al desarrollo de nuevas variedades vegetales para beneficio de la sociedad”. 91, en referencia al año de la última versión del convenio.
Adherirse al convenio de la UPOV 91 es una obligación para cada uno de los doce países que en febrero del presente año firmaron el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, o TPP (Trans-Pacific Partnership, en inglés), impulsado por Estados Unidos con el fin de frenar la expansión del mercado chino en la región pacífica. Los otros once integrantes son Estados Unidos, Canadá, Chile, Perú, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Vietnam, Malasia, Singapur y Brunéi.
Del UPOV 78 al UPOV 91
El congreso mexicano aún no ha ratificado el TPP que se encuentra actualmente en manos de los senadores. Así que vale la pena conocer los términos del acuerdo para exigir el rechazo del texto, como lo está haciendo la plataforma nacional “México mejor sin TPP”. Los ciudadanos no pudieron movilizarse antes del fin de las negociaciones ya que éstas se llevaron en el más absoluto secreto. Hubo que esperar octubre del 2015 para que Wikileaks sacara a la luz las reglas del juego. (Más información aquí o aquí.) Fue así como nos enteramos de que el TPP obliga a sus integrantes firmar el convenio de la UPOV 91, como parte de su arsenal para proteger el derecho a la “propiedad intelectual” de las empresas.
Por ahora, México es adherente del convenio de la UPOV 78. En esa versión “light”, una empresa o una persona ya puede volverse el “obtentor” de una “obtención vegetal” durante 15 a 18 años años, al comprar la concesión “de protección” o “de patente” de un objeto vegetal. Puede tratarse de una semilla, una planta, el gene de una planta, o cualquier parte de ésta, un árbol, o una vid, que el “obtentor” haya creado y que sea “nueva”, es decir que tenga características que la diferencien de otras variedades de su especie. Con dicha concesión, el “obtentor” puede controlar la producción, la puesta a la venta y la comercialización de su objeto vegetal.
Lo que cambia con el convenio 91, es que el “obtentor” tiene el control de su objeto vegetal durante mínimo 20 años y se requiere su autorización no sólo para la producción, venta y comercialización sino también para “la preparación a los fines de la reproducción o de la multiplicación” del objeto. Significa por ejemplo que un campesino que usa semillas concesionadas por un “obtentor” ya no podría recuperarlas de su cosecha para volver a sembrarlas. Ni podría dárselas a un vecino o intercambiarlas con otras, como se suele hacer en los pueblos rurales de México.
Hacia un control policial de las semillas campesinas
“Podríamos pensar que las semillas campesinas no corren peligro porque son semillas que han estado circulando durante mucho tiempo, entonces que no son nuevas y no pueden ser concesionadas», comenta la antropóloga mexicana Elizabeth Sotelo. Efectivamente, la mayoría de las semillas poseídas por los campesinos son semillas nativas, que provienen de sus propias cosechas y han sido heredadas por sus ancestros. Pero también les toca comprar semillas a otros productores, semillas mejoradas promovidas por el gobierno, o semillas híbridas vendidas por grandes empresas biotecnológicas presentes en México, como Monsanto, Dupont Pioneer o Syngenta Crop. Con el convenio 91, ya no podrán guardarlas ni intercambiarlas, ya que tienen dueños.
Además, el convenio 91 prevé que el control del “obtentor” se extienda a “las variedades que no se distingan claramente de la variedad protegida”: una disposición terrible para los campesinos detentores de semillas nativas a partir de las cuales las empresas crean sus propios modelos. “Una empresa puede agarrar una semilla campesina, hacerle algún pequeño cambio para que sea nueva, luego registrarla y entonces apropiársela, advierte Elizabeth. Dado que los campesinos no suelen registrar sus propias semillas [el UPOV no se los impide, pero el proceso es muy complejo y costoso, además de no ser un hábito ancestral], no podrán comprobar que la suya les pertenece y es realmente distinta a la de la empresa. Podrán enfrentar sanciones por el simple hecho de regalar su semilla a un vecino.”
“Habría muchos campesinos criminalizados, pagando multas, y en situación de carcel”, alerta la antropóloga. “Se implementaría un sistema de control policial, porque los campesinos tendrán que aceptar que cualquier inspector pueda checar sus cultivos para asegurarse de que no están pirateando una semilla registrada”.
La diversidad de las semillas, fundamental para resistir al cambio climático
Este sistema impuesto en nombre de la seguridad alimentaria, con el argumento de que las semillas concesionadas son mejores, más resistentes y más rentables, genera dependencia de los campesinos hacia las empresas. “El riesgo es que con el tiempo, los campesinos empiecen a descuidar sus semillas nativas y pierdan el conocimiento que tenían al conservar sus semillas y transmitirlas a las nuevas generaciones.”
Además, se pueden perder “los lazos comunitarios, la reciprocidad, que existen entre los campesinos, quienes hoy tienen asegurado que si carecen de una semilla, la pueden pedir a un vecino”, dice Elizabeth Sotelo. Tal vez no valga la pena tomar tal riesgo ya que en muchas comunidades de México, empezando por aquí, en los Altos de Chiapas, la semillas nativas han demostrado más resistencia a los cambios climáticos que cualquier otra semilla híbrida comercializada.
En medio de la actual crisis climática, preservar la diversidad biológica de los cultivos es fundamental. “En caso de sequía o de mucha lluvia, el poder tener muchas variedades de maíz es importante porque si una no aguanta, siempre habrá otra que sí” , dice la antropóloga. Será necesario también conservar los conocimientos ancestrales de los campesinos. “Saber seleccionar las semillas para que se vayan transformando y adaptando a las nuevas condiciones ambientales es lo que siempre se ha hecho, durante miles de años. Ahora los cambios climáticos son tan rápidos que hay que generar esa adaptación en un tiempo más breve. Y yo creo que hay conocimiento para hacerlo.”