Buen Vivir: una señal de salida del sistema-mundo capitalista
Duncan Autrey
Introducción
El 20 de enero de 1949, en su discurso inaugural como presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman introdujo la palabra “subdesarrollo” en el mundo internacional. Fue una palabra inmediatamente reconocida, que convirtió la diversidad del mundo marginalizado en una identidad monolítica (Esteva 1992). Este término dio lugar a la idea de un estado atrasado con respecto a un modelo universalmente superior e instaló en la mente de dos mil millones de personas una autopercepción del fracaso (Agostino, 2009).
El concepto de desarrollo fue evolucionando durante las siguientes décadas. En 1961, W.W. Rostow presentó la teoría de Modernización, en la cual postula que existe un proceso universal y lineal de desarrollo desde la comunidad tradicional hasta la sociedad de alto consumo masivo. En 1972, Fernando Cardoso y Enzo Falleto publicaron una crítica al concepto de desarrollo que es conocida como la teoría de Dependencia. Esta teoría introdujo la posibilidad de que el desarrollo y la dependencia pueden coexistir. En 1974, Immanuel Wallerstein postuló la teoría de Sistema-mundo, en la cual sostiene que el análisis debe hacerse a nivel mundial, no estatal, porque el sistema global es una economía mundial capitalista de la que no se puede salir. Estas son las teorías que han marcado nuestra idea de desarrollo hasta hace algunos años.
Con la transición al siglo XXI, se puede ver el florecimiento de nuevos futuros posibles y de señales de la caída inminente del capitalismo. La crisis financiera de 2008, cuyas consecuencias todavía continúan, demuestra la fragilidad del proyecto económico neoliberal que sostiene al capitalismo. En todo el mundo surgen movimientos que se están preparando para la transición del final del capitalismo. Un defensor de la evolución más allá del capitalismo es el geógrafo y teórico social David Harvey. Un ejemplo de estas nuevas miradas es el movimiento de posdesarrollo, que procura rechazar los conceptos del desarrollo convencional, como el valor incuestionable de las ganancias. Una manifestación de este movimiento es el concepto de Buen Vivir que está ganando fuerza en América Latina y que, desde 2008 y 2009, respectivamente, forma parte de las constituciones de Ecuador y Bolivia. En este ensayo exploraré la capacidad del Buen Vivir para moverse más allá del desarrollo y el capitalismo, a través del análisis Sistema-mundo de Wallerstein y me enfocaré en la Nueva Constitución de Ecuador como caso de estudio. Como conclusión, es posible afirmar que estamos en un proceso de cambio y que el movimiento de posdesarrollo y el concepto de Buen vivir presentan alternativas reales al Sistema-mundo capitalista, aunque tendrán que seguir creciendo.
Teorías principales del desarrollo
La teoría de Modernización fue presentada por Rostow como “el manifiesto anticomunista” y, al igual que en el Manifiesto comunista de Marx y Engels, Rostow quería demostrar el proceso histórico en que evolucionan los países. Esta teoría se basa en el estudio del proceso de modernización de los países industriales, como Inglaterra, a partir del supuesto de que se trata de un proceso lineal y universal. La idea principal es que una sociedad más avanzada interviene en una sociedad tradicional para crear las condiciones de cambio, es decir: la sociedad tradicional desaparece para dejar lugar a la construcción de una sociedad moderna. Una vez que se vence la resistencia al crecimiento, un país se proyecta al proceso de desarrollo hacia la madurez económica. El fin de la modernización es la llegada a una época de alto consumo masivo (Rostow, 1961). Aunque esta teoría parece anticuada y ha recibido muchas críticas a lo largo de los años, sigue siendo el fundamento sobre el cual se apoya la comprensión occidental del desarrollo.
Durante las décadas del 50 y 60, surgió un debate sobre los procesos de cambio económico en América Latina que culminó con la teoría de Dependencia. Esta fue popularizada por Cardoso y Faletto en su libro sobre Dependencia y Desarrollo en 1969 (Stern, 1988). La idea central de la teoría de Dependencia es que hay un sistema de desarrollo capitalista, que depende de la inversión imperialista para permitir la participación local. Pero la comunidad local sigue siendo dependiente en lo económico, porque “la producción del los medios de producción (tecnología) está concentrada en las economías capitalistas avanzadas” (Cardoso, 1972, p. 90). Esta situación explica la existencia de una división, dentro los países dependientes, entre los que pertenecen a la estructura internacional y los que están marginalizados y siguen fuera del sistema. Cardoso concluye que hay que luchar contra las formas de desarrollo fomentadas por las grandes corporaciones internacionales (Cardoso, 1972, p. 93). Desde mi punto de vista, la teoría de Dependencia es una crítica potente y brillante al concepto de modernización, y anticipó los problemas fundamentales del neoliberalismo.
En comparación con la teoría de Dependencia, el análisis Sistema-mundo presenta una estructura más completa para entender la situación mundial. Este enfoque adopta una perspectiva global desde donde sostiene que hay solo un sistema económico en el mundo, la economía mundial capitalista, y que ha persistido por más de 500 años debido a su estructura política (Wallerstein, 2006, p. 6). El enfoque sistemático implica que no hay un afuera del sistema mundial y que éste trasciende las fronteras de los estados (Wallerstein, 2006). La teoría contrasta con las teorías desarrollistas, como la de Modernización y el Marxismo evolucionista, en que la estructura del sistema es estacionario; no hay un proceso de cambio lineal (Wallerstein 2006, p. 52). Esta estructura está construida por tres posiciones: el núcleo, la periferia y la semi-periferia, que funciona como un intermediario y amortiguador entre las otras dos. En esa estructura, todos persiguen sus intereses en el mercado en relación con los demás (Wallerstein, 2006). Un país, individualmente, puede moverse dentro el sistema desde una posición a otra, pero el sistema no cambia. Según Wallerstein la pobreza del mundo persiste y el desarrollo convencional no existe, porque no es posible que todos los países se desarrollen juntos. Sostiene también que, aunque el sistema se ha mantenido por siglos y todavía no ha llegado a su punto de consolidación, ya está en decadencia. Agrega, además, que el sistema tiene dos contradicciones fundamentales. La primera es que la maximización de las ganancias depende de la extracción de excedentes de la mayoría y que, a la vez, esa producción de excedentes genera la demanda para su redistribución. Esa contradicción hace mas débil el sistema y disminuye las motivaciones de participar de los más privilegiados. La segunda contradicción es que, cada vez más, los privilegiados captan los movimientos de oposición, lo que sube la apuesta inicial del movimiento siguiente (Wallerstein, 2006, p. 35). Asimismo, la consolidación del sistema tiene problemas inherentes. Por una parte, la capitalización de la agricultura causa más urbanización y como resultado hay más oportunidades para la organización entre movimientos. Por otra, la industrialización aumenta las ganancias y hace más difícil justificar la falta de distribución de los excedentes. Por último, la burocratización del sistema lo vuelve inestable por el exceso de altos cargos en el núcleo (Wallerstein, 2006, pp. 62-63). En suma, la teoría de Wallerstein establece la existencia de un sistema inalterable que está cerca del colapso.
Más allá del capitalismo y del desarrollo
La teoría del Sistema-mundo establece que todos países están atrapados en un sistema capitalista, en el cual el desarrollo real es imposible. Wallerstein señala que el mundo está motivado por la obtención de ganancias, no por el deseo de éxito. Los oprimidos no tienen que aprender maneras de manejarse dentro del sistema; tienen que derrocarlo (Wallerstein, 2006, p. 133). Harvey sostiene que actualmente nos encontramos en una crisis del capitalismo que surgió como reacción a la crisis de los años 70 y que va a continuar. Durante la continuación de esta crisis, cuando los problemas sean más evidentes, van a aparecer alternativas y será necesario prepararse para la transición anticapitalista (Harvey, 2009). En mi opinión, los conceptos de posdesarrollo y Buen Vivir se presentan como respuestas alternativas, estratégicamente sólidas, a la situación planteada por Wallerstein.
El concepto de posdesarrollo propone rechazar los supuestos principales del desarrollo convencional y establecer un nuevo discurso sobre la mejor manera de prosperar. Aunque la teoría está ganando espacio en todo el mundo, algunos de los teorizadores más importante son latinoamericanos (Gustavo Esteva y Arturo Escobar) y los primeros intentos de implementarla a nivel nacional tienen lugar en Bolivia y en Ecuador que incluyeron recientemente el concepto de Buen Vivir en sus constituciones.
El Buen Vivir (Sumak Kawsay en Kichwa) es a la vez una manifestación y un complemento de la teoría del posdesarrollo que tiene su fundamento en concepciones indígenas. Según el análisis del Sistema-mundo, no es posible salir del sistema. Frente a esa situación, estos países eligen no continuar esforzándose para integrarse al sistema, sino enfocarse en mejorar su situación interior. Sus acciones están orientadas hacia el cambio de dependencia del sistema con más autosostenibilidad. El Buen Vivir cuestiona los conceptos centrales de desarrollo, especialmente la idea de subdesarrollo. Ana Agostino, una estudiosa del tema, explica:
El post desarrollo [sic], por su parte, no presenta un discurso alternativo sino una nueva sensibilidad que valoriza la diversidad, que cuestiona la centralidad de la economía —en particular del mercado—, que promueve la sustentabilidad de la vida y la naturaleza, no del desarrollo —¡mucho menos del crecimiento!— que reconoce múltiples definiciones e intereses en torno al sustento, las relaciones sociales y las prácticas económicas, que prioriza la suficiencia frente a la eficiencia, entre otros conceptos (Agostino, 2009, 15).
El Buen Vivir no cree en la noción de Estados superiores y no acepta la idea de un modelo que sea universalmente válido, es decir, el occidental. Rechaza, también, la legitimación de la intervención que supone que algunos países son avanzados y otros, atrasados (Agostino, 2009). Asimismo, tampoco cree en un proceso lineal del desarrollo y refuta fuertemente el antropocentrismo de la economía que no puede “identificar valores intrínsecos en lo no humano” (Gudynas, 2011, 19). Desde esta perspectiva, la calidad de vida o el bienestar no se basan en la posesión de bienes materiales. Es evidente que el Buen Vivir cuestiona desde las raíces el desarrollo convencional; pero ¿es un rival viable?
Cuando se estudia la capacidad del concepto de Buen Vivir para responder a las cuestiones y desafíos que Wallerstein y Harvey plantean, parece que está bien posicionado para ofrecer una alternativa real al Sistema-mundo capitalista. Wallerstein (2006) cree que el camino hacia el socialismo es inevitable. No obstante, presenta una agenda para entender y facilitar el cambio que establece cinco campos de estudio: aprender cómo funciona el sistema capitalista; aprender cómo empezó; estudiar cómo fue la transición hasta el capitalismo, cuando había múltiples sistemas; estudiar los modos de producción alternativos y estudiar el socialismo, sus fallas, sus logros y el proceso de prefiguración. Asimismo, plantea la importancia de considerar la relación entre los movimientos revolucionarios y seguir revisando y refinando las estrategias (Wallerstein 2006, 135-136).
Harvey (2010) estudió la transición del feudalismo al capitalismo, como recomendaba Wallerstein, y a partir de eso, propone una teoría “co-revolucionaria” en la que el cambio social surge a través de la evolución de siete aspectos de la sociedad[1]. El concepto de Buen Vivir está eficazmente procurando basarse en ellos y establecer la importancia de revisión y diversidad planteada por Wallerstein. En primer lugar, el Buen Vivir se enfoca en los procesos sostenibles basados en la cultura y en las tradiciones locales y no prioriza los conocimientos dominantes occidentales (Gudynas, 2011). En segundo lugar, le reconoce derechos a la naturaleza y ve valores en lo no humano (Gudynas, 2011). En tercer lugar, el Buen Vivir enfatiza el hecho de no llevar al ámbito económico las relaciones sociales, ni de “reducir todas las cosas a bienes o servicios mercantilizables” (Gudynas, 2011, 19). Además, plantea la idea de abandonar la pretensión de desarrollo lineal, apoya la descolonización de saberes y enfatiza el diálogo, la democracia y las interacciones entre los distintos saberes (Gudynas, 2011, 19). En quinto lugar, rechaza la valorización de bienes producidos por el mercado y se enfoca en la producción basada en la sabiduría local (Acosta, 2009). Asimismo, al haber sido incorporado en las constituciones de Bolivia y Ecuador, ha comenzado a institucionalizarse. Finalmente, el concepto pone en relieve la importancia de las culturas tradicionales, que tienen el poder intrínseco de reproducirse.
Wallerstein (2006, 53) resalta, además, la importancia de preguntarse: ¿cuáles son las consecuencias de cualquier cambio para la individualidad y para el grupo? Como una forma de respuesta, el Buen Vivir pone el acento en el intercambio de culturas y valoriza la diversidad de posibilidades. El valor reconocido de la interculturalidad “hace que [el Buen Vivir] tenga una decidida vocación orientada al encuentro, al diálogo y a otras formas de interacciones entre diferentes saberes” (Gudynas 2011, 19). Por eso, el movimiento del Buen Vivir puede cumplir el requisito planteado por Wallerstein de seguir revisándose y refinándose. Los fundamentos para el cambio ya están establecidos, ahora nos toca explorar la implementación.
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