Dirigente de la Guerra del Agua en Bolivia: “Un pueblo movilizado puede recuperar lo que se le quitó”
Melissa Gutierrez 15 Julio, 2013. The Clinic
Oscar Olivera Foronda, quien en 2000 fuera portavoz de la Coordinadora de Defensa del Agua y la Vida, parte del movimiento social que puso fin a la privatización del agua en Cochabamba habla en su paso por Chile de la importancia de las sociedades movilizadas para lograr vencer a la política del “despojo”, como él llama al proceso de privatización que se ha impuesto desde la década de los ’80 en toda Latinoamérica.
Ha sido dirigente sindical durante 30 años, pero no fue sino hasta el año ’96 cuando asumió un rol a nivel regional como dirigente de varios sindicatos obreros. Oscar Olivera es obrero metalúrgico y por ese entonces trabajaba en una fábrica de zapatos. Fue ahí cuando “le dimos otro rol al sindicalismo, que estaba debilitado, muy apagado. Decidimos realizar un proceso de visibilización del mundo del trabajo construido por el neoliberalismo. Es decir, el mundo de un trabajo precarizado, sin derechos, sin seguridad social, gente a la cual se la ha criminalizado por crear un sindicato”, señala Olivera a The Clinic Online de paso en Chile luego de realizar dos charlas en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Siendo un referente en el mundo del sindicalismo para el año 2000, agrupaciones de campesinos se acercaron a él para informarle y dialogar acerca del contrato de privatización del agua que el gobierno de Hugo Banzer estaba firmando impulsado por el Banco Mundial concesionando el servicio del agua a un consorcio formado por tres multinacionales: Bechtel y Edison de Estados Unidos y Abengoa de España. En ese momento Olivera se involucró en la lucha para dar término a este proceso de privatización o “despojo”, como le llama. “Me enteré que para fabricar un par de zapatos se necesitan 8 mil litros de agua, y en la fábrica se producían 15 mil pares de zapatos diarios. Y yo veía en la población la escasez de agua y comparado con el proceso industrial que derrochaba tanta agua, dije: no puede ser. No es compatible”.
Fue así como empezaron cinco meses de lucha para terminar con un acuerdo que no sólo había cambiado la forma de vida de indígenas y agricultores sino que había encarecido brutalmente el precio del agua: “La Organización Mundial de la Salud recomienda que solo el 2% del ingreso familiar sea destinado al pago del servicio de agua.
En Cochabamba se estableció un 20%. Entonces la gente tenía que elegir entre pagar por el servicio o comer”, señala Olivera.
Otro punto importante es que establecía un mercado del agua sobre fuentes “que durante muchos años habían sido utilizadas, no sólo para el consumo sino que para el trabajo agrícola. La gente no concebía que de un día para otro estas comunidades puedan perder el acceso a las fuentes de agua”. Esto motivó cinco meses de movilizaciones masivas que fueron catalogadas como La guerra del agua y que lograron finalmente dar fin al contrato y, más allá de eso “puso sobre el escenario concreto una verdadera democracia, es decir, ¿quién decide? ¿Deciden unos cuántos? ¿Unos políticos con empresarios o decide la gente?”, cuenta Olivera.
-Si la privatización empieza el ’85 en Bolivia ¿por qué recién el año 2000 hay una gran movilización al respecto?
El agua es algo que toca la vida de la gente. No es lo mismo privatizar una empresa telefónica, que privatizar el agua, algo que atenta contra la existencia misma de la vida. Otro elemento es que esto, particularmente en las zonas urbanas, imponía una elevación tremenda de las tarifas de aguas. Eso era inaceptable, la gente tenía que elegir entre comer o pagar el servicio. Otro elemento es el hecho que nos sentimos ignorados durante todos esos años por el poder político. Es decir que no existimos para los políticos cuando toman medidas. Sólo existimos en dos ocasiones: cuando hay elecciones y cuando hay que pagar impuestos. Entonces esa actitud de desprecio, el año 2000 fue una especie de acumulo de todas estas indignaciones. Entonces eso hace que la gente diga: “basta”.
Que hayan tenido ese nivel de defensa del agua, ¿tiene que ver con la cultura del pueblo boliviano?
Yo creo que estos procesos de lucha no solamente son de resistencia y confrontación, sino también han sido de recuperación de la memoria de la gente y procesos de construcción. De ninguna manera podemos ignorar aquello. Por una parte la cultura quechua concibe la democracia de otra manera, no como una estructura vertical sino como una horizontal, participativa, rotatoria. Y creo que esos elementos han servido de mucho. La gente no tuvo miedo en ponerle el cuerpo a las balas para defender esa forma de percibir la democracia y el agua como un recurso. Y esta cosmovisión ha sido contagiada también a zonas urbanas, y vemos particularmente en la juventud esa recuperación. Vemos en las comunidades ese sentirse orgullosos de su lengua, de su rostro, de su apellido, de su vestimenta, la gente ya no tiene por qué sentirse avergonzada. Y después ya también el hecho de que en Bolivia el 62% de la gente se considera indígena, eso es importante.
Acá las movilizaciones también están relacionadas con la privatización: de la salud, la educación, las pensiones, pero los medios casi siempre se fijan en lo violento. ¿Les pasó eso el 2000?
Bueno lo que ocurre el año 2000 en Cochabamba es exactamente igual a lo que está ocurriendo en muchas partes del mundo. He estado en Asia, Europa, América y he podido transmitir esta lucha que demuestra que es posible superar y vencer enemigos tan poderosos. Que un pueblo movilizado que sabe definir colectivamente un objetivo común, puede vencer. Puede recuperar lo que se le quitó. Entonces entiendo yo estas movilizaciones que ante todo tienen una característica muy importante: ya no son los partidos ni los sindicantos los que convocan a estas movilizaciones. Sino que son más bien una convocatoria de grupos no institucionalizados.
O agrupaciones independientes.
Son una especie de colectivos autónomos que van estableciendo espacios de deliberación y de toma de decisiones. Y que esos espacios de jóvenes, de trabajadores, de jubilados, de indígenas que se sienten atravesados por estas políticas de despojo, se van articulando. Y la fuerza del movimiento nos permite ver que las sociedades en movimiento se van articulando y empiezan a ocupar territorialmente espacios para decir: “este territorio es nuestro”. Concentrándose en la Plaza principal en Cochabamba o acá como lo hacen los chicos en la Alameda. Logran establecer un espacio de construcción de un nuevo tipo de convivencia social. Yo no he visto ninguna lucha con angustia y miedo, más bien es una lucha alegre, creativa. Nosotros en la Guerra del Agua fuimos muy creativos en desarrollar formas de comunicación y de involucramiento cada vez mayor de toda la sociedad en su conjunto. Logramos juntar a los desocupados o vendedores ambulantes con los propietarios de las zonas ricas de cochabamba, logramos unir. Y eso se está cumpliendo en todo el mundo.
Pero acá cuando se muestra sólo lo violento en la televisión los movimientos van perdiendo fuerza
Yo creo que no hay que estar ajenos a que así como nosotros estamos pensando en las tácticas para poder fortalecernos, el sistema también piensa en cómo ir destruyendo estos procesos organizativos y de construcción de fuerza de la gente. Entonces hay varias tácticas. Una es que se mandan bandas de incrustados del propio gobierno en las manifestaciones.
Eso han dicho que pasa acá también.
Creo que los gobiernos están estableciendo estas formas de generar violencia. Y algo que es nuestro enemigo principal, que es el miedo. La gente se desarma completamente, hay una desconfianza absoluta en el otro y se destruye el proceso organizativo. Yo creo que esta violencia parte fundamentalmente de los gobiernos. Porque ¿cómo es posible que cinco mil policías y mil militares no pudieron controlar a un centenar de personas que estaban cometiendo actos de vandalismo en alguna región de Brasil en las movilizaciones? No se puede explicar. Y esto es porque se quiere generar miedo y temor para que la gente no salga de sus casas y lo vea desde la tele.