El Escaramujo 75: NO SEAS PRESA DE LAS REPRESAS

Los “Escaramujos” son documentos de análisis producidos por Otros Mundos A.C./Amigos de la Tierra México. Les presentamos el último número de la colección, esperando les sirva para sus trabajos en defensa de los territorios. (Ver todos los números del Escaramujo)

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Desde hace años, cada 14 de Marzo el movimiento mundial contra las grandes represas realiza movilizaciones en todos los rincones del mundo para exigir un cambio en el modelo energético. Denuncia que las grandes represas no son una energía limpia y que otras formas de energía sustentable son posibles, necesarias y urgentes.

Por décadas hemos identificado a las grandes represas como energía limpia y renovable. Sin embargo, en la década de 1980 y 1990 las movilizaciones en el Sur Global fueron de tal magnitud que lograron cuestionar este modelo de energía. En Europa, en Africa, Asia y en América Latina las protestas fueron de todo tipo. Las reacciones del gobierno se dieron no solo con represión, sino también con silencio y olvido. Las grandes represas no se cuestionaron por muchas décadas y se aceptaron los costos sociales y ambientales. Parecía que no había otra opción para generar el supuesto “desarrollo”.

Al final de la década de 1990 se aceptó entonces elaborar un balance de las grandes represas. El Banco Mundial e incluso otros bancos y empresas constructoras financiaron esta Comisión compuesta por grandes expertos en el tema. En el año 2000 sale a la luz el Informe de la Comisión Mundial de Represas (CMR) que a sus promotores no encantó sus resultados. En aquél entonces se concluyó que las más de 45 mil grandes represas habían desplazado entre 40 y 60 millones de personas en el mundo de su viviendas, tierras, pueblos e incluso de ciudades enteras ahora inundadas. Actualmente, las más de 50 mil grandes represas se calculan que han expulsado a más de 80 millones de personas de sus territorios. Pero también se concluyó que el Banco Mundial, principal promotor y financiador de las grandes represas, había endeudado más a los países pobres o en desarrollo para construir la infraestructura del supuesto desarrollo que luego se privatizaría años más tarde a las grandes corporaciones de la energía. Unas de esas grande corporaciones en América Latina fueron Endesa, Unión Fenosa, Iberdrola, entre otras que se quedaron con el negocio de la energía, su distribución y consumo. Pero en los resultados de la CMR hubo más.

Un porcentaje alto de la energía que se esperaba generar con los grandes embalses no se generó, pero sí ayudaron a desaparecer bosques, selvas e incluso manglares que se borraron del mapa o quedaron inundados bajo las aguas eliminando la capa forestal del planeta y por consiguiente el aumento de la concentración de Gases Efecto Invernadero (GEI). Y por si fuera poco, se calculó que esas grandes represas generaban casi el 5% de los GEI del planeta por la descomposición de la materia vegetal bajo el agua. El informe de la CMR verificó que los embalses para evitar inundaciones no habían servido del todo sino que habían producido más inundaciones; y que los embalses para regar cultivos no funcionaban, los trasvases filtraban gran porcentaje del agua que además se evaporaba y se crearon grandes monocultivos que dañaron los suelos, aumentaron la concentración de agroquímicos y rompieron la soberanía alimentaria de los pueblos dejando en manos de los grandes productores no solo enormes extensiones de tierra sino el control sobre las semillas patentadas e incluso transgénicas. La misma CMR propuso una serie de criterios necesarios para considerar su construcción que, de cumplirse, en realidad sería difícil ver una nueva represa.[1]

El Río Grijalva en Chiapas, México (Foto: Otros Mundos A.C.)

Las represas bloquearon el sistema hidrológico del planeta, favorecieron incluso temblores como en China y en otros lugares del mundo, y facilitaron que años más tarde las corporaciones pudieran adquirir las concesiones de generación y por tanto el control privatizado del agua de los ríos, excluyendo de su uso a pueblos indígenas, campesinos, población pescadora e incluso a ganaderos y otros sectores que dependen de que los ríos fluyan vivos, para que los pueblos estén vivos.

Para la creación de los grandes embalses con el objetivo de producir energía, de consumo de agua en los núcleos urbanos o para regar cultivos, implicó también la imposición de políticas e incluso de violencia y represión contra comunidades y pueblos enteros. Este supuesto “desarrollo” fue acompañado de mucha corrupción, engaños, falsas promesas, divisiones comunitarias y familiares así como violencia. En algunos lugares los lagos desparecieron junto con sus pobladores; en otros casos las casas fueron quemadas, detonadas y totalmente destruidas para obligar a la gente a desplazarse. No sólo no fueron bien indemnizados o no tuvieron nada de indemnización ni reparación, sino que perdieron sus modos de vida, las tierras más ricas y productivas y sus cementerios y ancestros quedaron bajo el agua; se dividieron pueblos, familias y comunidades enteras que perdieron su cultura por lo que el impacto psicosocial fue descomunal. Pero también la visión de aquél entonces en el sentido que no se debe desperdiciar el agua superficial de los ríos por llegar al mar, sino que habría que represarlos todos, llevó a que la CMR concluyera no solo que el 60% de las cuencas más importantes del planeta habían desaparecido, sino que también los pescadores habían perdido sus formas de sustento. Un gran porcentaje de los peces extintos de agua dulce han sido también a causa de las represas.

Ante este resultado tan desastroso, el movimiento mundial contra las represas creció y se dio a la tarea de tumbar el argumento de que son energía limpia y sustentable. ¿Cómo puede ser sustentable, verde y limpia una energía que produce crisis climática, pobreza, violencia, deforestación, contaminación de aguas y cuencas enteras? Sin embargo, los grandes constructores no podrían dejar este negocio. La crisis climática fue otra oportunidad de hacer más negocio con lo mismo que la generó: más represas. Los países del Norte se ven obligados a bajar al menos el 5% de los GEI respecto a 1990, lo que les obliga a partir del año 2005 luego de negarse sistemáticamente a hacerlo. Pero el Protocolo de Kyoto les dio otra posibilidad de justificar que las represas son energía limpia e incrementar por tanto su construcción. Así, las corporaciones de energía y constructoras de grandes represas, así como con la complicidad de los gobiernos, se dieron a la tarea de justificar más represas con el fin también de garantizar las inversiones que prometían llegar en el marco de los Tratados de Libre Comercio y de Inversiones, ya que las corporaciones requerirían grandes consumos de energía y de agua. Justificaron que las represas no generan GEI, que son energía renovable, aunque el agua embalsada y contaminada convirtiera al vital líquido en un bien escaso, embalsado, contaminado y privatizado. Todo esto provocó un fortalecimiento de la resistencia en todo el mundo. [2]

A principios de la década del 2000 se llevó a cabo el primer encuentro mundial contra las represas en Brasil, luego en Tailandia y luego en México donde incluso la Coordinadora de Afectados por Grandes Embalses y Trasvases (Coagret) de España estuvo presente. También se conformó la Red Latinoamericana contra las Represas (Redlar) que sostuvo encuentros en diversos países de la región, intercambiando experiencias cada dos o tres años, así como investigación y estrategias comunes de resistencia. Luego muchos países fueron conformando sus redes nacionales de resistencia. Entre ellos, el Movimiento Mexicano de Afectados por las Represas y en Defensa de los Ríos (Mapder). Sin embargo, la pregunta ahora va más allá. No solo es resistir sino proponer un nuevo modelo energético popular que implica que los pueblos tengan en sus manos el control de la energía, que sea descentralizada y sin impactos socioambientales. Pero el verdadero fondo de este planteamiento es que un nuevo modelo energético popular significa la construcción de otro sistema alternativo al capitalismo. El problema no es técnico, sino político: ¿qué otros mundos son posibles diferentes al capitalismo? ¿Qué proyecto de vida distinto queremos construir? Y de ahí construir un modelo energético que lo sustente, con respeto al medio ambiente.

El agua y la energía son el centro de la reproducción de la vida, pero también del capitalismo que pretende acapararlo. Su control es clave para la acumulación del capital. Por ello, la resistencia contra todo lo que signifique la democratización de ambos, está siendo muy criminalizada en todo el mundo. Hay otros sectores e inversiones que dependen del agua y la energía en grandes cantidades como son los grandes megaproyectos. La minería es uno de ellos. Para lixiviar el oro se requiere entre uno a tres millones de litros de agua cada hora mezclado con toneladas de cianuro cada día, además de ingentes cantidades de energía. Pero de igual manera requieren mucha agua y energía el fracking, oleoductos, gasoductos, explotación petrolera, canales interoceánicos; plantaciones de eucalipto, palma de aceite, pino, soja, maíz transgénico; los parques industriales, las plantas automotrices, la ganadería intensiva, los hipermercados, entre otros megaproyectos que además se apropian de grandes extensiones de territorios. [3]

Por ello, la lucha por la defensa del agua, de este bien natural común para la vida y nuestra felicidad, como de toda forma de vida, es una responsabilidad de todos y todas, estemos donde estemos. ¡Agua y energía, no son mercancía!

[1]  Consultar “El Escaramujo” No. 56 “Directrices para construir Represas” en
[2] Consultar el manual “No Seas Presa de las Represas” de Otros Mundos A.C.
[3] Este artículo fue escrito para la revista “Ecologista” No.95, Primavera 2018, “Agua, Bien Común”, que edita Ecologistas en Acción de España. En ella se abordan artículos interesantes sobre los embalses y el agua.

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