Las alternativas de consumo como un compromiso para crear un modelo económico alternativo, viable y necesario.
Mariola Olcina Alvarado, El Salmón Contracorriente
Periódico Diagonal
En muchas ocasiones se dice que estamos hartas de que las alternativas de consumo de alimentos ecológicos sean eso, alternativas, cuando el deseo es convertirse en dignas competidoras del oligopolio alimentario. Estudiar los límites y oportunidades de crecimiento de estas iniciativas es un reto; lo que está claro es que por el estómago se puede conquistar a más gente y hay proyectos que ya se plantean la escalabilidad.
Desde hace un tiempo, el número de grupos de consumo sigue creciendo. Pero ¿es suficiente? Mariano González, de La Ecomarca, se pregunta “cómo lograr dar el salto desde los pequeños consumos dispersos y un tanto marginales hasta constituirse en un modelo que compita y arrebate la hegemonía al modelo de consumo actual”. Una de las respuestas fue crear La Ecomarca, un proyecto que busca la creación de nuevos grupos de consumo, facilitando la logística, asumiendo algunas tareas y creando una red de productoras y consumidoras. “Así ampliamos la alimentación ecológica a otras personas, independientemente de las razones por las que se meten en un grupo de consumo”, dice González en un artículo en El Salmón Contracorriente.
Crecer en red
La cooperativa que está detrás de la iniciativa, Cyclos, junto con otras cinco personas (Lucía, Rubén, Serigne, Vane y Edu) con experiencia en el sector de la restauración, se han embarcado en la apertura de uno de los primeros restaurantes agroecológicos de Madrid. El Fogón Verde es “un restaurante cooperativo y vegetariano, donde la novedad es la práctica de la agroecología bajo el marco de la economía social y solidaria”, dicen.
La Ecomarca ya intentó en su día distribuir alimentos ecológicos a restaurantes, pero a éstos les suponía cambiar su planificación y ajustarse a la temporalidad de los productos frescos y, por tanto, cambiar sus recetas. Como explica Mariano González, “las redes de distribución y transporte, los centros de reparto, los menús y los productos ofertados están diseñados y adaptados a la agricultura industrializada”. Sin embargo, siguieron creyendo que montar un restaurante era un buen paso para aumentar la escala de la alimentación agroecológica. “A veces tienes que arriesgar tu dinero y tu trabajo para crecer”, concluye Luis Rico, de Cyclos.
Las personas que forman el proyecto tienen claro que esta expansión tiene que ser en red porque es la única manera de conseguir un “crecimiento democrático y escalado”. De hecho, reconocen la influencia de otras iniciativas más veteranas, como Madrid Agroecológico o el bar Achuri. Además, también están muy pendientes de otros procesos, como el de Garúa y la Fundación FUHEM, que juntos están consolidando los comedores escolares ecológicos a la vez que crean grupos de consumo para las familias de los colegios y educan a los niños y niñas para alimentar otros modelos.
Llegar a más gente
Otro de los tantos proyectos exitosos por su largo recorrido en esto de extender la agroecología es Landare, una asociación de consumo que surgió en 1991 y que actualmente abastece a unas 2.600 familias en Pamplona y alrededores. Hace tiempo que esta iniciativa atravesó la barrera del crecimiento al alcanzar un tamaño más que considerable: tienen dos locales en los que comercializan más de 2.500 productos ecológicos y facturan unos tres millones de euros.
Aunque en sus locales no hay publicidad porque no quieren llegar a un público más allá del boca a boca, sí apuestan por un “desarrollo tranquilo”, comenta uno de sus socios en una charla en la sexta edición de la Feria del Mercado Social de Aragón.
Después de 25 años de recorrido, siguen cuestionándose dinámicas y planteándose mejoras para integrar a un público menos endogámico. “Nuestras estructuras de toma de decisiones no son atractivas para la gente que no proviene del mundo militante, así que pienso que tenemos que generar cauces más allá de la asamblea o hacerlas diferentes”, dice Valero Casanovas en el último número de la revista Soberanía Alimentaria, dedicado a la distribución alimentaria. “Hay gente que se vincula a la práctica de Landare, pero el discurso no nos lo compraría porque no están en ese momento. ‘Ni una palabra de más, ni una persona de menos’, es lo que yo digo. Hay que pensar más en atraer que en contar historias”, dice Casanovas. Y añade que “la gente más militante critica la profesionalización y la dimensión y sobre esto hay críticas que entendemos, y que están muy fundamentadas, porque es verdad que renunciamos a algunas cosas a costa de atraer a ese cauce central de la sociedad que busca comodidad”.
Al ser un proyecto de gran envergadura, el volumen de demanda que generan les permite tener una buena capacidad de negociación con los 94 productores y elaboradoras que les sirven. “Al ser más personas se abaratan los costes y se pueden conseguir mejores precios en productos de gran calidad”, eso sí, “respetando siempre los márgenes de ganancia de los productores y sin desvalorizar el producto”, decían en Zaragoza. En Landare, además, tienen una huerta comunitaria, un comedor social y organizan muchísimas actividades. Y es que para crecer y convencer sin renunciar a los principios esenciales de la agroecología hay que ser muy creativa.
En definitiva, este debate sobre el crecimiento de las alternativas no es nuevo, y el miedo a perderse en el camino de la escalabilidad sigue ahí. El proceso es largo y se suele decir que “vamos lentas porque vamos lejos”, pero quedándose siempre cerca de los valores que impulsaron en primer lugar la creación de una alternativa digna de librar una buena lucha contra el oligopolio alimentario.