Vía Movimiento M4
Don Leopoldo González González, obispo de la Diócesis de Tapachula, que incluye los municipios de la Costa, Sierra y Soconusco, ha confiado a esta columna su análisis Una Palabra sobre las Minas; en él plantea que cada vez más ha ido surgiendo en las comunidades, un sentimiento de preocupación en relación con el cuidado del medio ambiente.
Plantea que entre estas preocupaciones, una de las más sentidas en nuestras Regiones Costa y Sierra de Chiapas, es el impacto de la actividad minera y su influjo en la calidad de vida de las personas. Muchos sacerdotes y agentes de pastoral de nuestra Diócesis, le han hecho llegar las preocupaciones de aquellas comunidades a las que afecta de manera directa la actividad minera a cielo abierto, temiendo que pueda comprometer la vida de las familias de estas comunidades, a corto, mediano y largo plazo.
Documento en el que el jefe de la Iglesia Católica en esta faja de la Frontera Sur de México, plantea la necesidad de hacer un llamado e interpelar las conciencias en todos los ámbitos (personal, comunitario e institucional), para asumir una actitud responsable hacia el medio ambiente que haga frente a dichas preocupaciones, para favorecer la búsqueda de las mejores soluciones a la crisis que está provocando la explotación minera a cielo abierto.
Referencia a la experiencia de la industria minera en Guatemala, que puede ser de gran ayuda para analizar serenamente la realidad chiapaneca y mexicana en general, y tomar las debidas providencias. Parte de la sociedad e instituciones guatemaltecas hicieron sentir sus preocupaciones por las consecuencias negativas al medio ambiente, por lo que se exigió a las autoridades implicadas, consultar sin manipulación, a las comunidades afectadas por la actividad minera, respetar sus derechos, pero sobre todo decidir si la ley de minería debería ser revisada, reformada o derogada.
Una situación por demás negativa, que no atañe exclusivamente a Guatemala, sino a toda Centroamérica donde ha habido actividad minera a cielo abierto, que incluye a Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa rica y Panamá, que son ejemplo de las consecuencias adversas en la salud humana, y el deterioro del potencial forestal y turístico, de cada uno de estos países.
Ha sido ahí, donde instituciones, organizaciones y representantes de los pueblos que han sufrido daños, han manifestado que aunque la minería es una riqueza, esta funciona en la lógica de las multinacionales que, en contubernio con socios dentro de cada país, la explotan para llevarla al extranjero.
De acuerdo con lo experimentado en el istmo latinoamericano, se trata de una explotación basada en la lógica de consumo sin límites en un mundo con recursos limitados. La riqueza mineral deja miseria y desastre ambiental en las comunidades ubicadas en las áreas de explotación, en contraposición a la creciente vida de lujo y derroche de los propietarios de las compañías mineras.
Integración en el documento del obispo de Tapachula, de declaraciones y testimonios en las distintas naciones de América Central, en las que se afirma que la industria minera ha alcanzado tan alto nivel tecnológico, que requiere cada vez menos mano de obra y de menos tiempo para extraer la riqueza mineral, dejando como consecuencia un acelerado desastre ambiental y la destrucción de las tradicionales formas comunitarias de vida.
Las denuncias coincidentes, de que para estas industrias, las montañas y las minas, el agua y los bosques son negocio, dinero, bienestar económico, en el que todo debe ser convertido en ganancias y capital, lo más rápido posible y al menor costo. No les importa la calidad de vida de las personas y comunidades.
Ante ese panorama desolador, don Leopoldo González González, hace una reflexión: teniendo a la vista estas consecuencias negativas que la industria minera ha traído a estos países y sus comunidades, hemos de preguntarnos si en nuestra Patria, las autoridades responsables, teniendo en cuenta la peculiaridad ambiental de nuestro Estado de Chiapas, han previsto y pueden mostrar a las comunidades afectadas y a la ciudadanía, las providencias que han tomado para evitar esos riesgos, en este renglón concreto de la minería a cielo abierto.
Considera el prelado, que la crisis ecológica hunde sus raíces en la crisis del hombre, de cómo el ser humano se mira a sí mismo y su relación con el ambiente en el que vive.
El Jefe de la Iglesia Católica, que en estas Regiones de la Frontera Sur agrupa a millón y medio de fieles, advierte que el uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto, pues está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras y exige un respeto religioso de la integridad de la creación.
Puntos de vista por demás importantes sobre la creciente problemática de la explotación minera en Chiapas y en México, dada la trascendencia de quien los emite, cuando expresa que la correcta relación del hombre con la creación se rompe, cuando él no es fiel a la Alianza con Dios, asumiendo ante la naturaleza una postura de dominador despótico y violento, con la cual daña también su relación con sus semejantes.
La recomendación del responsable de una de las tres Diócesis de la entidad –las otras son San Cristóbal de Las Casas y Tuxtla Gutiérrez-, de cuidar y cultivar el medio ambiente, con humildad hemos de abandonar ese delirio de omnipotencia en que actualmente parece que hemos caído, que nos orienta al enriquecimiento aun a costa de comprometer gravemente la calidad de vida de las futuras generaciones y dañar severamente las condiciones de vida de la actual.
Rememora las palabras del Papa Juan Pablo II sobre esta problemática, en el sentido de que el hombre cuando se aleja del designio de Dios creador, provoca un desorden que repercute inevitablemente en el resto de la creación. Si el hombre no está en paz con Dios, la tierra misma tampoco está en paz. Por eso, la tierra está de duelo y se marchita cuando en ella habita, con las bestias del campo y las aves del cielo, y hasta los peces del mar desaparecen.
La crisis ecológica hunde sus raíces en un estilo de vida, que puede provocar incluso situaciones de injusticia donde la tierra, que es herencia común para beneficio de todos, viene aprovechada solamente por unos pocos privilegiados en detrimento de la multitud de personas que viven en situaciones de miseria, en el nivel más bajo de supervivencia.
En su momento, el Papa Peregrino subrayaría la necesidad de un cambio de mentalidad para poder afrontar los graves problemas ecológicos y orientarnos a promover una verdadera ecología humana, es decir, el empeño por salvaguardar el ambiente humano, respetar las condiciones morales de una auténtica ecología humana, tener la promoción de la vida y de la dignidad de la persona humana como objetivo primario ante la explotación de los recursos naturales.
La noción de ecología humana, diría el Sumo Pontífice, nos lleva a considerar el ambiente centrado en el hombre. Somos nosotros mismos la primera morada, antes que el hábitat físico y social. En este sentido, el ambiente humano exige el respeto por su propia ecología, es decir, en coherencia a las exigencias de respeto de la dignidad de la persona humana. De ahí se derivará también el respeto por la naturaleza.
Jefe de la Diócesis de Tapachula desde hace casi 10 años, don Leopoldo González González, involucra en su análisis el mensaje del Papa Francisco a los asistentes a la Jornada de Reflexión sobre la Industria Minera Mundial, organizada por la Santa Sede, en el que manifiesta que no siempre sin motivo, la actividad de las industrias extractoras se ha visto como una explotación injusta de los recursos naturales y de las poblaciones locales, reducidas, a veces a la esclavitud y obligadas a mudarse, abandonando sus lugares de origen.
Las preocupaciones por las consecuencias negativas a corto, a mediano y a largo plazo de la explotación minera a cielo abierto, tienen mucho que ver con la existencia y aplicación de leyes justas que salvaguarden y promuevan debidamente nuestro medioambiente, el bien personal y social de las comunidades.
Don Leopoldo considera que en Chiapas y especialmente en la Región de la Diócesis a su cargo, se debe de asumir con responsabilidad el cuidado y el respeto por la vida humana, que lleve a respetar y promover la calidad del medio ambiente, única casa y hogar de cada ser humano.
Su convocatoria para la realización de un diálogo franco y honesto entre las autoridades civiles, las instituciones, organismos interesados y la ciudadanía, para analizar esta realidad y buscar soluciones mejores a la actividad minera.
La recomendación de que sin manipulación en el diálogo, se tome en cuenta la voz de las poblaciones que están directamente implicadas y que se respeten sus derechos. Que las decisiones justamente sean tomadas en favor del derecho a la salud y a un ambiente saludable, en favor de los derechos laborales y sociales de los trabajadores y las comunidades.
Puntos de vista críticos y de enjuiciamiento, cuando afirma que a pesar de que los titulares de las concesiones mineras están obligados a sujetarse a las disposiciones generales y a las normas oficiales mexicanas aplicables en materia de seguridad en las minas y de mantener el equilibrio ecológico y protección al ambiente, en la práctica no se cumplen.
Sin embargo, asevera, la experiencia nos dice que teniendo esas normas nuestro medio ambiente se sigue deteriorando. Se pregunta también: ¿Será que es necesario adecuar las normas en algún aspecto o no son exigidas de manera responsable? ¿La minería a cielo abierto es la mejor opción para esta Región del Estado?
Muchas interrogantes quedan pendientes seguramente en la mente del obispo don Leopoldo González, en cuanto a su interés y preocupación que refleja la actitud de la población chiapaneca costeña y serrana, por la conservación de su riqueza natural que hace posible un ambiente natural tan exuberante, significada por las Reservas Naturales Protegidas de La Encrucijada y El Triunfo, actualmente puestas en riesgo por la actividad minera que ha empezado su grave tarea destructiva.
El exhorto del representante de la Iglesia Católica en esta Frontera Sur, “para asumir en nuestro modo de pensar y de actuar, la responsabilidad ecológica que haga de este mundo, que el Creador nos ha confiado, el hogar donde podamos vivir y de donde podamos vivir, no solo la actual generación, sino también las generaciones futuras”.