Manifiesto de un indignado climático
Florent Marcellesi . Investigador y activista ecologista.
Periódico Diagonal
«Hay noches que todavía sueño». Sueño con una humanidad capaz de vivir bien y feliz dentro de los límites climáticos del Planeta. Sueño con un mundo solidario con los pequeños Estados insulares que serán los primeros en desaparecer del mapa si no rectificamos el rumbo. Sueño con unos dirigentes valientes como la delegación filipina que, tras ver a su país arrasado por el tifón Bopha, suplicó a la comunidad internacional que “abriera los ojos y mirara la realidad de frente». Sueño con un homo y una femina climaticus racionales ante las alertas constantes de los científicos que ya se está produciendo el calentamiento global en base a las previsiones más pesimistas. Dicho de otro modo, sueño con que Sandy no sea ni más ni menos que el nombre de un niño normal y corriente, no de el devastador huracán.
¡»Nuestros sueños no caben en sus cumbres»! Desde luego, este sueño no es el que los dirigentes han dibujado en la última cumbre sobre cambio climático de Doha, en Catar. El mundo post-Doha, en la línea de las fracasadas cumbres anteriores en Copenhague, Cancún y Durban, es el mundo donde priman los egoísmos cortoplacistas de los grandes contaminadores, empezando por Estados Unidos, Rusia y Japón. Es un mundo donde el protocolo de Kioto, que representa apenas el 15% de las emisiones mundiales, es el lavado de cara verde de unas políticas insostenibles e irresponsables de las grandes potencias (mal)desarrollladas y emergentes. Es un mundo que encamina la humanidad, empezando por las personas y colectivos más empobrecidos y vulnerables, hacia el peor escenario climático posible planteado, es decir un aumento de 4ºC a final del siglo. Es el mundo donde triunfa la arrogancia y el cinismo, encabezada con orgullo no disimulado por España. Un país que, a la vez que afirma que “el cambio climático ni lo negamos, ni lo afirmamos”, se jacta de haber jugado un papel esencial en las negociaciones del acuerdo de Doha hacia una lucha contra el cambio climático “más fuerte y ambiciosa”. Un país que, mientras recorta sus ayudas a las energías renovables, le compra cien millones de toneladas de derecho de emisión de CO2 a Polonia para no tener que cambiar en absoluto su modo de vida.
«No somos anticumbre, la cumbre es antinosotros». Ante el peor de los mundos posibles, no me resigno: soy un indignado climático. Esta cumbre de Doha en general y la delegación española en particular no me representa. Ni representa a multitud de personas y colectivos que han hecho de la justicia ambiental su bandera de lucha y acción diaria. Hoy el clima, y la vida de millones de personas, son mercancías en manos de políticos y banqueros, de empresas multinacionales que presionan para que sus intereses millonarios no se vean afectados. Así que no nos resignemos ante esta oligarquía que nos lleva directo hacia el colapso o el ecofascismo, donde unos pocos se reparten los pedazos de naturaleza que quedan. Parafraseando a Stéphane Hessel, luchemos contra la indiferencia climática —y ecológica en general— y convoquemos una insurrección pacífica también a favor de la vida y de lo común. Está en juego la supervivencia civilizada de la humanidad, la de nuestras hijas e hijos, la mía, la tuya.
«No nos mires, ¡únete!» Si tú también eres un indignado/a climático/a, pasa a la acción. No esperes a que los que no nos representan actúen por ti. Difunde este manifiesto, hazte portavoz de los sin voz, defiende tu futuro y el de tu familia. En tu casa, tu barrio, tu trabajo, en la plaza pública, pon la justicia climática y ambiental en el centro de las preocupaciones tuyas y de tu entorno. Súmate a redes y colectivos que cerca de ti propugnan otros mundos posibles y ya construyen desde abajo alternativas ecológicas y sociales. Tienes mucho poder, no lo desperdicies, y sobre todo compártelo e hibrídalo: el todo es más que la suma de sus partes. Así que da el paso y grita a los cuatro vientos: ¡yo también soy un indignado climático!
Crónica de una intervención fallida
Fernando Prieto. Ecólogo. Periódico Diagonal
(fragmento)
Estos últimos meses de 2012 se ha llegado al récord de CO2 en la atmósfera, superando la concentración de 390 partes por millón (ppm). Es muy probable que la temperatura a final de siglo supere los dos grados centígrados y es posible que llegue, incluso, a un aumento de seis grados. Además se están batiendo los límites de temperaturas según la Organización Mundial de Meteorología. Naciones Unidas advierte que es necesario reducir en 2020 un 14% la emisión de los gases de efecto invernadero, para mantener el incremento en la temperatura global por debajo de 2 grados centígrados y que por ello se exigirá a los países objetivos más serios para reducir las emisiones.
Los que contaminan cobran
El mercado de CO2 nació en la UE a partir de 2005, inspirado en mercados similares de EE UU, como una herramienta para primar a las empresas que emitan menos gases de efecto invernadero. Se basa en unos permisos de emisión que son asignados por los gobiernos de forma gratuita a las empresas: si éstas emiten menos de lo que les han asignado, pueden vender los permisos sobrantes, y al contrario, si emiten más, los deben comprar. Aunque este mecanismo en teoría pretendía promover tecnologías más limpias, en España se ha revelado como un sustancioso negocio para las empresas, ya que recibieron una asignación muy por encima de sus emisiones. Así, los que más contaminan son los que más han cobrado por la venta de sus derechos, sin que ello haya estimulado políticas de reducción de las emisiones. De esta forma se ha perdido una enorme oportunidad de avanzar hacia la mejora en la eficiencia y en la disminución de emisiones.
El 55% del total del CO2 emitido en España depende de sectores difusos (transporte, sector residencial, ciudadanos…) mientras que el otro 45% procede de tan sólo unas mil instalaciones: energéticas, cementeras, siderurgias, refinerías, etc. Es evidente que es más fácil legislar y cambiar las actuaciones de esas mil instalaciones, que en ocasiones son además de las mismas empresas.
Un análisis del año 2009 permite hacer una valoración aproximada del coste de oportunidad del carbono. Se observa el enorme error de cálculo en la planificación y los beneficios que el cambio climático ha supuesto a estas empresas. Por ejemplo, Arcelor emitió el 50% de lo que tenía asignado, y le sobraron cerca de cinco millones de derechos de emisión. En el sector del cemento, Cemex con 7,5 millones asignados expulsó emisiones por valor de sólo 3,7; Portland Valderribas, con 4,3 asignadas, emitió 2,6; Lafarge, con unos tres millones asignados emitió 1,8; Holcim, con 3,3, tan sólo 1,8. En el sector refinero, por ejemplo, Repsol tenía asignados 10,5 millones y emitió 8,7, es decir le sobraron 1,8 millones de toneladas; Cepsa tenía asignados 3,7, de los cuales emitió tres. Estos derechos que han sobrado se vendieron en el mercado de carbono, lo que les aportó, por supuesto, importantes beneficios.
Es evidente que el mercado de CO2 es un mercado financiero y como tal especulativo, lo que ha favorecido a las industrias que recibieron esas asignaciones. A partir del Registro Nacional de Derechos de Emisión el diario El País ha calculado que la industria pesada, incluyendo refinerías, cementeras, azulejeras y ladrilleras, ha vendido en cuatro años derechos de emisión por un coste equivalente a 1.279 millones de euros.