Al cumplirse 10 años de la ocupación indignante de Haití, por parte de las tropas de Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y otros países de Nuestra América
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La Minustah y tropas argentinas, una década ocupando Haití
Emilio Marín (LA ARENA)
El 1 de junio se cumplieron diez años de ocupación de Haití. Tropas de 40 países integran la Misión Internacional de la ONU. Lamentablemente hay unos 600 militares argentinos que están allí desde el año 2004.
Conviene hacer memoria porque han pasado diez años y algunos nombres se borran en esta lamentable página de historia latinoamericana y caribeña. En febrero de 2004 el gobierno de George W. Bush dio un golpe de Estado en ese país caribeño para derrocar al presidente Jean-Bertrand Aristide, de Lavalas, al que secuestró y deportó en dirección a Africa.
La mitad occidental de la isla adonde llegó uno de los viajes de Cristóbal Colón -la otra mitad es República Dominicana- era un volcán de pobreza, dependencia y violencia. La intervención norteamericana contra Aristide preanunciaba una situación ingobernable.
¿Qué hizo entonces el texano bruto? Envió de inmediato sus marines y los de sus socios más cercanos en esta plaza, como Canadá y Francia, pero buscó que la ONU le sacara la «papa caliente» de la boca. Es que con los dos frentes militares abiertos en Afganistán e Irak, el segundo inaugurado en marzo de 2003, no quería tener un tercero tan cerca de casa. En rigor, en lo que considera su patio trasero.
Por eso el 29 de febrero de ese año, 2004, la ONU votó la resolución 1529 disponiendo la creación de la Minustah, la Misión Internacional de las Naciones Unidas para la estabilización de Haití. Cada año debía ser prorrogada y la ocupación finalizaría en 2007. Algo grave debe haber pasado porque los gobiernos representados en la entidad con sede en Nueva York fueron estirando una y otra vez ese mandato, que en el presente mes cumplió una década, sin que se avizore una fecha cierta de finalización de esa ocupación militar.
El mundo está acostumbrado a esas intervenciones militares por parte de EEUU y otras potencias. Es la ley del más fuerte, con pocas o ningunas excepciones, como lo han sufrido en carne propia en nuestro continente los mexicanos, portorriqueños, cubanos, nicaragüenses, salvadoreños, dominicanos, panameños y haitianos, en diferentes momentos de los últimos tres siglos. También los coreanos, vietnamitas, serbios, kosovares, somalíes, libios, etc, además de los citados de Irak y Afganistán.
Lo verdaderamente sorprendente y lamentable es que países del llamado Tercer Mundo y socios de Mercosur, como Brasil, Argentina y Uruguay, que en esta década han tenido gobiernos democráticos y con aspectos bien progresistas, se sumaran a esa creación militar del Pentágono. Hay que decirlo sin tapujos: Bush logró que Lula da Silva y Néstor Kirchner aceptaran el plan estadounidense de relevo militar en Haití, nutriendo con centenares de soldados propios al contingente de la Minustah. Más aún, a Brasil le dieron el «privilegio» de la comandancia militar y a Argentina el mismo puesto a nivel de gendarmes y policías.
Maldita Minustah
Los números de la Minustah son tremendos, deficitarios y sobre todo antipopulares por donde se los mire. Con leves variantes a la baja, se ha mantenido como una fuerza importante, integrada por 6.662 soldados y 1.742 policías y gendarmes, junto con una línea de funcionarios políticos y empleados que insumen a la ONU un gasto anual de 800 millones de dólares.Es mucho dinero para un país que necesitaba 125 millones de dólares para luchar contra la epidemia de cólera que provocaron en 2010 los «cascos azules» venidos de Nepal. Haití no había tenido esa enfermedad en los últimos 150 años. Por supuesto ni la ONU ni nadie puso ese dinero para luchar contra la epidemia, que ya ha provocado 8.500 muertos y 700.000 infectados, según datos recientes proporcionados por la ministra de Salud, Florence Duperval.
Por otra parte Haití ha tenido tantas calamidades y tanta mala suerte que en vez del dicho criollo de que está «meado por los perros» se puede decir que lo está «por los elefantes». Y en esos momentos tan críticos, los huracanes e inundaciones por «Jeanne» en 2004, y muy especialmente por el terremoto de enero de 2010, se mostró que se necesitaba otro tipo de ayuda internacional. Hubo 300.000 muertos y 1,3 millón de personas sin casa, buena parte de los cuales aún viven en carpas y campamentos.
Se precisaban médicos, maestros, ingenieros, medicinas, créditos para construir viviendas, escuelas y hospitales; maquinaria, inversión, formación de mano de obra, creación de puestos de trabajo, etc.
En vez de todo eso, tenía la Minustah, con soldados que salvo excepciones no fueron de ayuda en esa emergencia. EEUU, por ejemplo, llevó 22.000 marines para proteger y ocuparse de su embajada, inversionistas y soldados. Sus hospitales de campaña fueron montados para ese público exclusivamente. Un mejor rol tuvo el Hospital Reubicable de la Fuerza Aérea Argentina, que sí atendió a parte de los afectados, con sus límites. El diario Clarín glorificó y amplificó esa tarea, ocultando el rol extraordinario de los médicos cubanos, que estaban en el terreno antes del terremoto, atendieron como nunca durante el mismo y siguieron allí cuando todos se habían ido, después del sismo.
La Minustah no sólo provocó el brote de cólera que se convirtió en pandemia. Peor que eso, fue una fuerza que sistemáticamente reprimió a la población local, bajo el subterfugio de luchar «contra los bandidos», que por supuesto existen en Puerto Príncipe pero no más que en San Pablo y Buenos Aires.
«Masacres del Mercosur»
En julio de 2005, diciembre de 2006 y enero de 2007 se produjeron ataques de los «cascos azules» conducidos por militares brasileños contra la población pobre de barrios de Cité Soleil, en la capital haitiana, con unos setenta muertos cada vez.
En particular la segunda fue bautizada como «masacre del Mercosur», por la nacionalidad de las tropas intervinientes, responsables de tantas muertes. Antes y después de esos acontecimientos hubo muchas muertes en otras represiones, que en conjunto suman más vidas perdidas.
Y también hubo otra clase de delitos, sexuales, como violaciones y abusos contra centenares de mujeres, niñas y jóvenes de ambos sexos, por parte de los militares extranjeros. Un caso que tuvo difusión internacional fue el de Johnny Jean Biulisseteth, un joven de 19 años violado por cinco marinos uruguayos en la base de la Armada de Port Salut, hecho que los violadores filmaron con un celular. Como los delitos cometidos por los ocupantes no pueden ser juzgados por los tribunales haitianos sino por los de su lugar de origen, el joven debió comparecer en Montevideo en 2012 a un juicio con final cantado: los militares fueron absueltos. Eso se llama impunidad, en castellano y creole.
Puede ser por eso que en Uruguay la Minustah tiene una fama pésima. En octubre del año pasado el presidente Pepe Mujica, tras recibir a un senador haitiano (al que acompañó Henry Boisrolin, del Comité Democrático Haitiano en Argentina) y escuchar todas las denuncias, prometió que en 90 días iba a sacar a sus tropas. No cumplió, pero al menos las disminuyó un 30 por ciento, algo que no hicieron Dilma Rousseff ni Cristina Fernández de Kirchner.
Democracia hiper limitada
Los apologistas de la Minustah podrían argumentar que al menos la misión sirvió para consolidar y mejorar la democracia haitiana, pero también aquí estarían faltando a la verdad.
En los últimos años estuvo de presidente René Preval, ex ministro de Aristide, y a su término hubo elecciones tan viciadas y dudosas que por mediación de la OEA, el Departamento de Estado, la ONU y de hecho su misión militar, se rectificó el veredicto electoral de la primera vuelta. Michel Martelly había salido tercero, pero se lo reubicó como segundo y se le permitió participar del balotaje. Ganó y asumió en mayo de 2011. Se trata de una suerte de Palito Ortega, con fuerte adhesión a la dictadura de los Duvalier terminada en 1986. Jean Claude Duvalier, alias Baby Doc, volvió al país en 2011 y en vez de terminar preso por el vaciamiento y miles de crímenes, es un protegido de Martelly a quien acompaña en actos e inauguraciones.
La promesa de Mujica de retirar sus tropas tuvo que ver con el grave déficit democrático porque allí se han postergado varias veces las elecciones municipales y del Senado. Hay muchas tropas extranjeras y poca democracia.
Aprender de Cuba
Argentina adhirió a la Minustah por ley 25906 aprobada en junio de 2004. El presidente era Kirchner. El canciller Rafael Bielsa, hoy directivo del grupo Eurnekian en Aeropuertos Argentina 2000. En el ministerio de Defensa estaba José Pampuro, devenido en sciolista que pide una ley para el derribo de aviones.
Quien despidió al primer contingente, en julio de 2004 en el Puerto de Buenos Aires, fue el obispo castrense Antonio Baseotto, afín a la ideología represora de la pasada dictadura militar-cívica. Luego ese cargo fue desconocido por el PEN, dando lugar a un conflicto con el Vaticano.
CFK estuvo al menos una vez en Haití, en marzo de 2008, apoyando a sus «cascos azules». Su ministra de Defensa, Nilda Garré, hizo cuatro viajes. Agustín Rossi, el actual, ya estuvo una vez.
Con esas impresiones en el lugar, más toda la información disponible, ¿qué más necesita el gobierno argentino para saber que debe retirar sus 600 militares? Si quiere ayudar, que sería loable, puede tomar el ejemplo de Cuba, que manda médicos y maestros, y de Venezuela, que ayuda con Petrocaribe.
Fuente: Argenpress
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