Por Edgardo Ayala, IPS Noticias
Puñal en mano, Domitila Reyes abre de un tajo las capas de las hojas que cubren la mazorca de maíz, que arranca de la planta con cuidado en un proceso que repite toda la mañana, en medio de un mar de plantas de este cereal esencial en la dieta de los salvadoreños.
Reyes realiza lo que en El Salvador se denomina “tapisca”, un vocablo derivado del nahuat “pixca”, que significa cortar la mazorca cuando la planta ya está seca y los granos duros.
Ese proceso culminará, semanas después, con la selección de las semillas de calidad que asegurarán la soberanía y seguridad alimentaria de buena parte de los campesinos pobres de este país centroamericano de 6,3 millones de habitantes.
Unos 614.000 salvadoreños son agricultores y 244.000 de ellos cultivan maíz o frijol en terrenos de 2,5 hectáreas promedio, según el Ministerio de Agricultura y Ganadería.
En el área rural, 43 por ciento de los hogares viven en pobreza, frente a 29,9 por ciento de los urbanos, de acuerdo a la última encuesta anual del Ministerio de Economía.
“Veo que la cosecha está buena, a pesar de que la lluvia estuvo molestando”, dijo Reyes a IPS, una mujer de 25 años, que gana unos 10 dólares diarios “tapiscando”.
En efecto, las alteraciones climáticas han trastocado los ciclos productivos en el país, que soporta periodos largos de sequía en invierno, la estación húmeda que va de mayo a octubre, y de lluvia en verano, la estación seca, lo que ha arruinado muchos sembradíos de maíz y frijol.
Pero Reyes, ataviada con gorro, pantalón vaquero y blusa de manga larga, para defenderse del sol, se muestra aliviada de que las semillas de calidad, o mejoradas, como también se les llama aquí, lograron resistir los embates de la cambiante naturaleza.
“Este maíz ha resistido mejor, la lluvia afectó, pero poquito… otras semillas no hubieran soportado el golpe”, aseguró a IPS en medio del maizal, antes de proseguir su faena de clavar el puñal en las hojas de las mazorcas, que los campesinos salvadoreños llaman “tuzas”.
Reyes forma parte de la veintena de trabajadores que, bajo el cadente sol del verano, laboran temporalmente en un sembradío de maíz de siete hectáreas, uno de los varios perteneciente a la Asociación Mangle, en el asentamiento Ciudad Romero, en el municipio de Jiquilisco, en el oriental departamento de Usulután.
La región es conocida como el Bajo Lempa, por el río que atraviesa El Salvador desde el norte hasta desembocar en el océano Pacífico. Allí se asientan 86 comunidades con una población total de 23.000 habitantes.
Buena parte son excombatientes de la otrora guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que de 1980 a 1992 libró una guerra contra los gobiernos de derecha en la que murieron unas 70.000 personas.
La Asociación Mangle es una de las dos productoras de semillas criollas (propias de cada zona) en El Salvador o de polinización libre, que no son producto de cruce de variedades, como las híbridas. La otra es la cooperativa Nancuchiname, también en el Bajo Lempa.
Su producción de 500.000 kilógramos de estas semillas la venden al gobierno para que este las distribuya a 400.000 campesinos, como parte del Plan de Agricultura Familiar (PAF). Cada agricultor recibe 10 kilógramos de semillas de maíz y frijol, así como fertilizantes.
“Un logro de nuestra organización es que el gobierno haya aceptado la producción y abastecimiento al PAF de semillas criollas”, explicó Juan Luna, Coordinador del Programa Agrícola de la Asociación Mangle.
Luna aseguró a IPS que con esas semillas los agricultores salvadoreños están mejor preparados para afronta el cambio climático y garantizar la seguridad y soberanía alimentaria de la población.
Una población de la que 12,4 por ciento está subalimentada, unas 700.000 personas, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
La Asociación Mangle y otras tres cooperativas de la zona producen 40 por ciento de las semillas mejoradas del PAF, ya sea criollas o la variedad híbrida llamada H59, desarrollada por el gubernamental Centro Nacional de Tecnología Agropecuaria y Forestal Enrique Álvarez Córdova (Centa).
El resto lo generan otras cooperativas localizadas en otras regiones del país.
“Las semillas trabajadas por el Centa son un material genético de alta calidad que se adapta desde el nivel del mar hasta los 700 metros”, señaló a IPS el representante y coordinador residente de FAO en El Salvador, Alan González.
Añadió que ese esfuerzo de promover ese tipo de semillas como una herramienta para enfrentar el cambio climático y fortalecer la seguridad y soberanía alimentaria está enmarcado dentro del programa Mesoamérica sin Hambre, impulsado por la FAO desde 2014 en América Central, Colombia y República Dominicana.
“Las semillas de alta calidad son estratégicas para el país, porque permite que las familias productoras puedan reproducir sus cultivos en una época de crisis, nacional y mundial, dada la variabilidad de cambio climático”, dijo González.
Hasta 2009, la producción de las simientes para el PAF la acaparaban unas cinco empresas. Pero ese año llegó al poder el FMLN, convertido en partido político con los Acuerdos de Paz de 1992, y modificó las reglas del juego para que los pequeños productores organizados en cooperativas pudieran participar en el negocio.
Otra de las ventajas de estas simientes mejoradas, además de su resistencia a la sequía o a la humedad, es su alto rendimiento. La FAO calcula que la productividad aumenta en 40 por ciento en el caso del frijol y en 30 por ciento en el del maíz, lo que incide en la seguridad alimentaria y nutricional de las familias más vulnerables.
“Abunda más, y nos queda un poquito más de ingresos”, contó Ivania Siliézar, de 55 años, productora de una variedad de frijol mejorada en la comunidad de El Amate, en el municipio de San Miguel, en el departamento del mismo nombre, a 135 kilómetros al este de San Salvador.
Siliézar contó a IPS que se tomó el tiempo para contar cuántas vainas de la legumbre tiene una sola planta de este frijol. “Tenía más de 35 vainas, por eso abunda”, detalló orgullosa.
La variedad de frijol que producen ella y otros 40 miembros de la cooperativa Fuentes y Palmeras se llama chaparrastique, desarrollada también por los técnicos del Centa y que recibe el nombre del volcán en cuyas faldas esa y otras seis cooperativas producen la legumbre, que venden en los mercados locales y al PAF.
Siliézar cultiva su finca de poco más de tres hectáreas, y en la llamada cosecha de postrera, la última del año, obtuvo 1.250 kilogramos, un excelente rendimiento.
Tan buenos resultados han obtenido los 255 agricultores de esas siete cooperativas, que fundaron una empresa: Productores y Comercializadores Agrícolas de Oriente SA (Procomao), y han logrado mecanizar sus procesos con la instalación de una planta que cuenta con máquinas como secadoras, entre otras.
La planta, con una inversión de 203.000 dólares, financiados por la cooperación española, fue montada con el apoyo de la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, la alcaldía de San Miguel y el Ministerio de Agricultura y Ganadería. Tiene capacidad para procesar tres toneladas de frijol por hora.
Otras tres empresas de pequeños productores han seguido ese camino, en las que participan otras 700 familias del departamento de San Miguel, Usulután y otro vecino.
“Tuvimos plagas, pero gracias a Dios, y a la calidad de estas semillas, allí tenemos la cosechita”, comentó alegre Siliézar.