El Escaramujo 92: EL COVID-19 Y LA CRISIS SISTÉMICA

Los “Escaramujos” son documentos de análisis producidos por Otros Mundos A.C. Les presentamos el último número de la colección, esperando les sirva para sus trabajos en defensa de los territorios. (Ver todos los números del Escaramujo)  

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En medio de la crisis del COVID-19 que devela la insustentabilidad del capitalismo, nos preguntamos qué haremos luego y si todo será igual que antes. Otros esperan no regresar a la supuesta “normalidad”. Pero antes de reflexionar sobre las salidas, las alternativas y los escenarios futuros e inmediatos, consideramos que es fundamental entender cómo llegamos a este punto, lo que nos permitirá comprender mejor el momento que se vive durante la pandemia y lo que está por venir y construir.

Existen muchas teorías sobre el origen del COVID-19, sobre quién es el responsable; si es cierta su existencia o un invento de poderes oscuros o bien definidos. Pero por lo pronto da igual. El resultado es el mismo. Se puso en jaque al sistema capitalista y han puesto en crisis sus elementos fundamentales.

Los Modelos del Capitalismo

El Estado siempre ha estado al servicio del capitalismo y su acumulación. El concepto del Estado Nación nace con el Tratado de Wesfalia en 1648 que da fin al sistema feudal. Pero es hasta 1760 con la Primera Revolución Industrial que nace el Capitalismo con antecedentes patriarcales que también le dan origen y lo siguen sustentando, donde el Estado juega un rol fundamental en la acumulación del capital. Su primera expresión modélica fue el Modelo Liberal que facilitó la entrada de los grandes capitales bajo la supervisión y garantía del Estado o gracias a su debilidad frente a las compañías petroleras o bananeras, a los grandes hacendados, los gobiernos autoritarios o dictaduras. Se les dejó hacer y dejó pasar (“laissez faire, laissez passer”) sin la intervención del Estado hacia un libre mercado sin aranceles, sin subsidios; un libre mercado laboral y libres fronteras donde la “mano invisible” del economista Adam Smith guiaría la economía de mercado hacia la felicidad de toda la sociedad. Las libertades individuales, la libre oferta y demanda, serían claves en el nacimiento del capitalismo.

Cuando este modelo entra en crisis en 1929 con la Gran Depresión, empieza a transitar hacia otro modelo al finalizar la II Guerra Mundial cuya economía de guerra logró sacar al sistema de esa Depresión. Los países quedaron devastados por esta guerra. Se crea la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y con ella todo su andamiaje político. Frente al desastre social y económico, ¿quién rescataría la economía y el proceso de acumulación?: el Estado. Es así como el Estado entra a generar nuevos mecanismos para la carrera de la acumulación de capital y se instaura el Modelo Estado de Bienestar. Esta crisis justifica política, económica e ideológicamente el concepto de los “derechos humanos”. Así, el Estado, y no el libre mercado, está ahora obligado a garantizar el empleo, el bienestar de los gobernados con su intervención, como diría el economista Keynes, para invertir en gasto social. Sustituir importaciones frente a un mercado internacional colapsado por la guerra y generar los propios medios nacionales de subsistencia. Es entonces cuando se forman los sistemas de salud, de educación, de energía eléctrica, de telecomunicaciones, las empresas estatales, las leyes que protegieran los derechos laborales y los servicios públicos como la basura, el correo postal, entre otros muchos servicios. Se otorgaron algunos subsidios y créditos estatales, se forman o se nacionalizan los bancos, se protege en algún grado las cadenas productivas nacionales, se erigen los aranceles, se construyen las infraestructuras de carreteras, puertos, aeropuertos y represas. Son los años en que se multiplicaron los tratados internacionales desde la ONU en materia de derechos humanos.

Claro, la pregunta era, ¿y con qué dinero? Para eso la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) que estuvieron puestos a engordar sus arcas endeudando a los países pobres o en “vías de desarrollo”, deudas que todavía hoy se siguen pagando. Más tarde aceleraron las deudas otros bancos regionales y subregionales de carácter multilateral, esto es, formado por los mismos gobiernos, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), el Banco Caribeño de Desarrollo (BCD) o el Banco de Desarrollo de América Latina antes Corporación Andina de Fomento (CAF), entre otros bancos similares para África y Asia, pero todos bajo la batuta del FMI y del BM. Sin embargo, también entraron en el juego de la deuda y el enriquecimiento los bancos privados. Por ello no se puede entender el proceso de acumulación de capital sin el mecanismo de la deuda.

Este Modelo entra en crisis al iniciar la década de 1970 por varios factores, entre ellos, las crisis del petróleo que llevó a Estados Unidos a conformar los depósitos de reserva más grandes del mundo; la crisis del patrón oro y la crisis social y cultural. Pero hubo una fundamental: la crisis de la deuda externa que puso en desventaja y condicionalidad a los países deudores frente a sus acreedores. Estas Instituciones Financieras Internacionales (IFI’s), el FMI y el BM, impusieron el otro extremo, la tesis de que el Estado se apartara nuevamente y que, sin regulaciones, se instalara el Modelo Neoliberal para volver a dejar hacer y dejar pasar a los beneficiarios de la acumulación de capital: las grandes Corporaciones. Se impusieron dictaduras militares en toda la América Latina para implementar las políticas de Washington. Durante 40 años se imponen las Políticas de Ajuste Estructural (PAE) y se crea un caldo de cultivo para el fortalecimiento del narcotráfico. Y se logró el objetivo con mucho éxito. Con el Modelo Neoliberal se desmanteló el anterior papel del Estado y entregó a las trasnacionales el poder. Privatizó activos fijos, bienes y servicios, sistemas de pensiones y retiros e infraestructuras. Eliminó derechos laborales y privatizó bienes comunes naturales (petróleo, agua, gas, genes). Los Derechos de la Naturaleza fueron convertidos en servicios ambientales. Modificó la Constitución y las leyes secundarias en todas las materias para otorgar seguridad jurídica a las inversiones. Eliminó los subsidios y todas las barreras arancelarias y no arancelarias. El objetivo fue convertir todo a la lógica del mercado, todos los aspectos de la vida con precio y dueño. Estas políticas neoliberales se llevaron a cabo más rápido y en otros casos más lentos según las condiciones en cada país. De aquí el origen de todos los movimientos, organizaciones y centros de derechos humanos reclamando al Estado el Bienestar de la población y el abandono que hacía de velar, proteger y garantizar los derechos humanos: la educación, la salud, la alimentación, el agua, el medio ambiente sano, el trabajo, las libertades sindicales y la remuneración digna. En fin, la vida frente al despojo de las Corporaciones.

Este Modelo entra en otra etapa de transición en la carrera de la acumulación. A partir de la década de 1990 varios acontecimientos fueron fundamentales: el fin del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) para crear la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Consenso de Washington con su decálogo de políticas económicas, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que inaugura una escalada de tratados por todo el continente, el fin del Muro de Berlín y la “pacificación” de los movimientos armados en América Latina, entre otros. La región fue arribada por las Corporaciones Transnacionales buscando como buitres el botín de las privatizaciones hacia la instalación del Modelo Corporativo al entrar el nuevo milenio. Pero en esta transición modélica se da un fenómeno nuevo: el Estado y las Corporaciones se funden. La clase política y la clase empresarial se convierten en uno solo. Los políticos se convierten en empresarios y los empresarios en políticos agudizando la apropiación corporativa del Estado y de los mecanismos multilaterales de la ONU.

En este modelo los Estados garantizan a las Corporaciones Trasnacionales, en el sentido amplio, la extracción del Sur Global por medio de la seguridad jurídica, social y de la tenencia de la tierra. Se les garantiza la apropiación de las empresas estatales, los sistemas de salud, de gigantescas extensiones territoriales, de las carreteras y otras infraestructuras; la generación y venta de la energía eléctrica, la apropiación de los bienes comunes naturales (agua gas, petróleo, genes), así como de los sistemas financieros. Se modifican los códigos penales para criminalizar la protesta social que pretenda impedir el extractivismo en todas sus facetas. El nuevo Modelo Corporación se agudiza en su etapa final de acumulación y con mayor control de las estructuras gubernamentales y multilaterales. Compras y fusiones de empresas se aceleran adquiriendo mayor poder y riqueza. Este Modelo es lo que explica, a partir del Nuevo Milenio, la lucha contra el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y los tratados de libre comercio, la lucha contra el Plan Puebla Panamá (PPP), contra la Deuda Externa, contra la militarización, contra los transgénicos y por la soberanía alimentaria, las campañas contra la “Apropiación Corporativa”, la lucha contra las privatizaciones, el nacimiento de

las organizaciones y redes de monitoreo de las Transnacionales, entre otras agendas importantes para el reciente repunte del Movimiento Social.

Es así como llegamos a la crisis sistémica que hoy vivimos y que transitará por décadas en ésta último repunte de la acumulación que el COVID-19, lejos de terminar con el capitalismo, agudiza su acumulación corporativa. No estamos en una crisis modélica del Neoliberalismo, ni en una crisis del Modelo Corporación Nación. Estamos instalados irremediablemente en una crisis sistémica que transitará por varias décadas, pero que no será una mutación genética del paradigma, sino un proceso de transición sistémica. Desde el Modelo Corporativo es necesario ver ahora la realidad social, política y económica donde el Estado ha jugado un papel central en función de la acumulación.

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