Estas son las 133 historias de 133 periodistas asesinados en México, de 2000 a 2020, sólo por informar

Les compartimos este reportaje publicado en Sin Embargo sobre periodistas asesinados en México – A 19 de julio de 2020

Los siguientes son los 133 obituarios de los periodistas asesinados en México en la línea de tiempo entre 2000 y 2020. Diferentes en sus condiciones, estas son las biografías de seres comprometidos con el periodismo en una época en que este país se convirtió en un campo de batalla. Los callaron, pero no lograron acabar con su legado. Este memorial pretende honrarlos para siempre.

Este reportaje forma parte de un proyecto de investigación colaborativo entre SinEmbargo.MX y DemocraciaAbierta. Cuenta con el apoyo de Justice for Journalists Foundation.

POR LINALOE R. FLORES,
con la participación de Efrén Flores.

Ciudad de México, 19 de julio (SinEmbargo/DemocraciaAbierta).– Distintas, brillantes en sus causas, reinas de sus propias letras, las siguientes vidas son las de 133 periodistas asesinados en México de 2000 a 2020.

Sus muertes son incomparables pues cada una ocurrió con los signos de enemigos diferentes, en zonas diferentes y en años diferentes. Pero son similares porque las protagonizaron seres que tomaron las riendas de nobles metas reporteriles. La precariedad de sus condiciones jamás impidió sus viajes a la marginada sierra o a los bajos mundos de la mafia. Muchas veces se convirtieron en emprendedores con tal de tener un medio para publicar o presentar noticias ante un micrófono. Otras, combinaron el periodismo con otros oficios para reunir un ingreso digno. Al irse, dejaron pendientes coberturas de política, narcotráfico, robo de dinero público, pobreza, despojo de la tierra de pueblos originarios, así como la ruina de playas, bosques y selvas.

En diciembre de 2006, el entonces Presidente Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012) concentró su Gobierno en una política de seguridad nacional. En menos de diez días, con indicadores presurosos y endebles, logró justificar que era necesaria una guerra en contra de los grupos delincuenciales. Pronto, pasó de los papeles al terreno. Después, negó que lo suyo fuera “una guerra”. Pero para entonces, era demasiado tarde. México se había convertido en un campo de batalla. La violencia -terca en los años anteriores- arreció con un carácter obstinado y se mantuvo hasta la siguiente administración, la de Enrique Peña Nieto (2012-2018).

Las vidas eran añicos. Los anhelos estaban perdidos. El negocio del narcotráfico se ramificó con un crecimiento sin precedentes. Y reportear -ir a tocar el alma de los protagonistas para abrevar su experiencia y contarla- se convirtió en una actividad de alto riesgo.

Así fue como los asesinatos de los comunicadores se multiplicaron al infinito. Las historias propias de reporteros, fotoperiodistas y camarógrafos se integraron al monstruo de mil caras de la contabilidad de víctimas mortales. Pero algunos se diluyeron en el tiempo. Buscar los rastros de un periodista muerto hace dos décadas lleva a sepulcros cubiertos de misterios. A los asesinatos, las autoridades no les dieron seguimiento, las familias se mudaron y los compañeros no desean hablar de algunos casos en particular.

En la República mexicana, 11 entidades cuentan con leyes que crearon mecanismos de protección; dos tienen vínculos con el Mecanismo Federal de Protección generado en la Secretaría de Gobernación. Mientras, 11 estados tienen iniciativas sin aprobar y las restantes siete entidades no tienen propuestas de legislación. A siete periodistas de nada les sirvió. Lo mismo cayeron.

Con todo, estos son los relatos de sus vidas y la forma en la que dejaron este mundo. Ninguno de estos textos reproduce escenas post mortem porque el objetivo al abordar sus biografías fue armar su memoria. Su bella memoria concluida con injusticia.

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Luis Roberto Cruz Martínez
1 de febrero de 2000
Letras truncas: Cobertura del narcotráfico

Con su nombre se inician todos los registros de periodistas asesinados en México en el siglo XXI. Era reportero en Reynosa, Tamaulipas; trabajaba para la revista Multicosas y su presunto asesino, Óscar Jiménez González, huyó de la prisión donde estaba detenido. Esa muerte, impune 20 años después, fue el primer eslabón de una cadena trágica que parece interminable.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en su Informe 2016, en el capítulo Zonas Silenciadas: Regiones de Alta Peligrosidad para Ejercer la Libertad de Expresión identifica a 2000 -el año en que Luis Roberto fue agredido mortalmente- como “la raíz del miedo”. De ese entonces datan los primeros registros de ataques en contra de periodistas y medios de información.

Con el tiempo, la biografía de Luis Roberto se ha desdibujado. Poco se sabe de su historia de vida. El móvil o los responsables intelectuales no han sido identificados. De esa forma, su nombre se convirtió en emblema de la invisibilidad del fenómeno de violencia desatado en todo el país. Además de la especie de pacto de silencio que hasta hoy predomina en Tamaulipas.

A finales de 2017, el Congreso de Tamaulipas aprobó una Ley para la Protección de Periodistas y Defensores de los Derechos Humanos, y la creación de una Coordinación Estatal en la materia. Dos años después, Tamaulipas seguía en el primer sitio en los indicadores de agresiones a periodistas.

Ese año, en el Senado de la República, el representante del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, Jan Jarab, invitó a hacer un análisis sobre el incumplimiento de las leyes y resaltó que no era necesario cambiar la legislación.


Pablo Pineda Gaucín
9 de abril de 2000
Letras truncas: Cobertura de narcotráfico en la frontera norte

Luces y sombras llenan el obituario de este periodista. Originario de Torreón, Coahuila, se convirtió en fotógrafo-reportero en Matamoros, Tamaulipas, cuando fue invitado a trabajar al periódico El Imparcial. En esa frontera también se desempeñó muchos años como gestor de las oficinas gubernamentales y como “coyote” en la legalización de los autos importados de manera ilegal.

Cuando fue asesinado, trabajaba para el diario La Opinión y tenía 39 años de edad.

Sus restos fueron descubiertos por agentes de la Patrulla Fronteriza cerca del puente Los Indios, al poniente de Brownsville, Texas. Fue visto por última vez la noche del sábado anterior en la redacción del periódico. Sus compañeros lo escucharon responder una llamada. “¿Sí, jefe?” -dijo. Y luego: “Ahorita regreso”.

Las luces las aporta su trabajo. Publicaba imágenes crudas, reales, sin recato en lo sangriento. Eran fotos de atropellados, suicidas, vendedores de droga, violadores o funcionarios a los que señalaba de corruptos. Defendía a los detenidos y buscaba sacarlos de prisión. Cada semana ayudaba a la familia de un preso.

Las sombras las puso su modo de vida que dejaba entrever que tenía vínculos con los grupos delincuenciales de la frontera. La historia de Matamoros-Brownsvile -su campo reporteril- siempre estuvo ligada al tráfico ilegal. Fue paso de alcohol durante la prohibición en Estados Unidos, de armas durante la Revolución Mexicana y desde este siglo, de drogas o de humanos.

Pineda Gaucín trabajó siempre entre marañas de dudas de cómo con un salario de periodista podía vivir en la zona residencial Valle Alto y conducir automóviles de lujo.

Cuando los entrevistaron, varios de sus colegas coincidieron en que su asesinato no fue a causa de su trabajo de periodista. La hemeroteca arroja que su última publicación fue una serie sobre el linchamiento y muerte de un policía municipal, cometido por un grupo de estudiantes en el Tecnológico de Matamoros. El periodista se metió a defenderlo. Luego, publicó: “Sólo esperamos que la justicia divina aplique la ley, pues de la justicia terrenal, nada se espera”.


Hugo Sánchez Eustaquio
19 de julio de 2000
Letras truncas: Información general

Su historia se diluye, se pierde en el tiempo. Los rastros de la vida de Hugo se han perdido entre los otros 132 obituarios de periodistas asesinados desde 2000 hasta 2020. Su nombre integra todas las listas de informadores sacrificados en México, pero nunca arrojan en qué paró la investigación de su muerte. Ni la Secretaría de Seguridad Pública ni la Procuraduría General de Justicia del Estado de México brindan luces sobre las pesquisas. Sus familiares tampoco son localizables. No se sabe qué trabajo realizaba.

La Verdad, el periódico en Atizapán de Zaragoza, donde Hugo fue editor, ya no existe. Así, el tiempo ha jugado a favor para sepultar en el olvido la extinción de uno de los primeros periodistas asesinados en México en los últimos veinte años.

Hugo fue secuestrado y le arrancaron la vida. Su cuerpo fue encontrado en Hacienda de Atizapán, en el Estado de México. Tenía un balazo en el cuello y estaba al lado de su auto. Reproducir la escena es difícil porque ya todo cambió. Hoy, la avenida es de doble sentido y cuando su cuerpo fue abandonado, era sólo un camino.

Habían pasado dos semanas del triunfo electoral de Vicente Fox Quesada para la Presidencia de la República y aún faltaban cinco años para que desde el Gobierno se reconociera que a los periodistas mexicanos los mataban. Pero su nombre se convirtió en una de las carpetas de los mil 713 homicidios cometidos en México que ese año quedaron empolvadas.

La muerte de Hugo Sánchez Eustaquio contribuyó a que México fuera considerado uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el Periodismo, una característica similar a países como Turquía, Afganistán o Siria, donde hay guerra.


José Luis Ortega Mata
19 de febrero de 2001
Letras truncas: Financiación de campañas políticas por capos del narcotráfico

Fue director del semanario Ojinaga en la ciudad del mismo nombre en Chihuahua. Cuando ocurrió su tragedia, presidía la Asociación de Fotógrafos y Camarógrafos de ese municipio. Su último trabajo publicado fue que en Aldama -un municipio cercano a la capital del estado- había casas bodegas de droga. Bajo el brazo traía una investigación sobre el financiamiento de campañas políticas por barones del narco.

Tenía 37 años de edad y estaba casado con Alicia Cortés con quien procreó tres hijos.

Sus asesinos lo obligaron a bajarse de su coche. Uno de ellos le descargó balas a placer. Cuando estos hechos sucedieron, Vicente Fox Quesada cumplía 81 días de Gobierno, el primero no priista. En campaña, había prometido que la libertad de expresión sería reivindicada. Pero el homicidio de José Luis sería el primero de una cadena trágica en los siguientes seis años, mucho más dramática que los sexenios del priismo.

La mañana del 20 de febrero de 2000, en el noticiario Radio Prensa, el conductor Homero García, recibió al aire la noticia de un radioescucha: “Maestro, mataron a José Luis Ortega.

Desde entonces, en Ojinaga y en todo el país se pidió justicia. La presión pública obligó a una respuesta de las autoridades. El 29 de abril de 2001, fue detenido Jesús Herrera, “Juny Herrera”, propietario de un supermercado en Presidio, Texas. Pero sus abogados demostraron que el testigo que lo culpó se encontraba en la cárcel el día del crimen. Tres meses después, quedó en libertad.

Ojinaga es una ciudad de 28 mil habitantes, en la frontera con Texas, a orillas del río Bravo. El nombre se lo puso Benito Juárez en honor de Manuel Ojinaga, que luchó cuando los franceses invadieron México por segunda ocasión entre 1865 y 1869. En 1910, el general Toribio Ortega, en el cercano Coyame, convocó una insurrección contra la dictadura de Porfirio Díaz a la que había convocado para seis días después Francisco I. Madero. José Luis Ortega Mata era bisnieto del militar revolucionario.


José Barbosa Bejarano
9 de marzo de 2001
Letras truncas: Información general

Muerto en Ciudad Juárez, Chihuahua, en un aparente accidente automovilístico, su biografía se convirtió en un sepulcro sobre el cual, no hay datos. Un familiar que no desea ser identificado refiere que incluso sus parientes han decidido no dar cuenta de su tragedia porque quieren “dejar en el pasado lo sucedido”. El olvido, podría ser el título del final que tuvo este corresponsal de la revista Alarma en la frontera norte de México.

A manera de réquiem, su nombre es de los primeros en los listados de periodistas asesinados en México. Así, acaso sin saberlo, ha contribuido en las demandas de justicia junto a otros 132 nombres de periodistas asesinados desde 2000 a 2020. Aun así, el silencio sobre quién fue este periodista, estremece.

En la redacción de la revista no se encuentra a ningún contemporáneo que refiera de sus días. Imágenes de su rostro no hay. Notas bajo su firma tampoco. La Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) no abrió ninguna carpeta por su historia. La Fiscalía de Chihuahua, tampoco.

Un estudio especial sobre asesinato de periodistas en América Latina, de la Organización de los Estados Americanos y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, elaborado en 2008, indicó: “La carencia de investigaciones adecuadas y la impunidad que se genera en relación con los asesinatos de periodistas motivados por su labor periodística, pueden tener el efecto de propiciar que otros reporteros sean asesinados y de fomentar la autocensura, lo cual restringe la libertad de expresión”. El caso de José Barbosa está en este párrafo cargado de premoniciones.

El hecho de que lo mataran, el hecho de que lo aventaran a una vía pública y el hecho de que hoy sólo sea un nombre en una base de datos brindó el mensaje de las múltiples posibilidades para acribillar periodistas sin que después nada ocurra. Tras su muerte, más de cien informadores cayeron en otros sitios de México sin que sus procesos llegaran a sentencias condenatorias. Se fueron en el silencio, el mismo que ahora cubre este nombre.


Saúl Antonio Martínez Gutiérrez
24 de marzo de 2001
Letras truncas: Narcopolítica

Fue uno de los cuatro hijos que procreó el periodista Gonzalo Martínez Silva, fundador del periódico El Imparcial en Tamaulipas, en 1993. Saúl ayudó con la construcción de la redacción. Como editor impulsó la cobertura de la delincuencia organizada, el tráfico  de migrantes en esa frontera, además de los actos de corrupción del Gobierno de Tomás Yarrington Rubalcava.

Los tres temas pudieron ser causa de su secuestro y asesinato; pero la sospecha de que el agravio provino del Gobierno se fortificó cuando Yarrington Rubalcava fue detenido en Florencia, Italia, por delitos vinculados con “lavado de dinero”, el 23 de mayo de 2012. Habían pasado 11 años y un mes de la partida de Saúl Antonio.

Tomás Yarrington Rubalcava encarna la llamada “narcopolítica”, un término que se insertó en el vocabulario de los mexicanos desde aquellos años. Fue el Primer Mandatario del estado entre 1999 y 2005, bajo las siglas del Partido Revolucionario Institucional; en 2017, fue detenido en Italia y en 2018, fue extraditado a Texas, Estados Unidos. Narcotráfico y extorsión cometidos desde la Administración son algunos de los cargos que enfrenta. Mientras, el Gobierno del estado intenta expropiarle una propiedad de 1.2 millones de dólares, ubicada en Brownsville, Taxas, reflejo de la riqueza que acumuló.

A Saúl Antonio se le vio por última vez, el 23 de marzo de 2001. Del periódico, se fue a las 11 de la noche, poco después de darle una orden de información por teléfono a uno de los reporteros. A las 4:30 de la tarde del día siguiente ya había noticias. Su camioneta marca Explorer modelo 98, roja, placas WYE5095, estaba en la brecha 28, cerca del ejido El Ebanito, en el municipio de Río Bravo, frontera con Texas. Estaba acostado en el asiento trasero y presentaba cuatro impactos en el rostro.

El testimonio de su padre en la Policía Ministerial aún arroja que hubo amenazas previas de muerte. Una ocurrió en 1997 de parte de un hermano de uno de los precandidatos del Partido Acción Nacional a la presidencia municipal. Ese año, el edificio de El Imparcial recibió varios impactos de bala.

La memoria de Saúl hoy no es tan invisible como los son las de Luis Roberto Cruz Martínez o Pablo Pineda Gaucín. Pero pocos desean hablar de él para este obituario. Su asesinato fue uno de los primeros de la cadena trágica que empezó a formarse en el Gobierno de Vicente Fox Quesada. Fue también de los primeros de una serie de crímenes que volvió a Tamaulipas uno de los lugares más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. Tanto que veinte años después no es posible encontrar una foto suya, ni a quién desee hablar de cuál fue el motivo preciso para arrancarlo de esa tierra.


Felix Alonso Fernández García
17 de enero de 2002
Letras truncas: Cobertura de narcotráfico

Fue editor de la revista Nueva Opción, fundada por su padre, Félix Fernández Reyna.

Sujetos a bordo de un automóvil lo asesinaron en ciudad Miguel Alemán. La policía detuvo en la escena del crimen a Marín Beldar y Carlos Domínguez, supuestos guardaespaldas del periodista. En sus declaraciones, revelaron que fueron contratados porque el comunicador había sido amenazado de muerte por Raúl Rodríguez Barrera, exalcalde , excomandante de la Policía Judicial Federal y supuesto compadre del narcotraficante, Gilberto García Mena, “El June”.

De hecho, Félix Alonso trabajó en El Heraldo de Alemán, propiedad del exmunícipe.

Un año antes de su muerte, en abril, el entonces titular de la Fiscalía Especializada de Atención a Delitos contra la Salud (FEADS), José Luis Santiago Vasconcelos, estableció que había elementos suficientes para detener al ex alcalde por supuestos nexos con el narcotráfico.

Saúl Félix es uno de esos periodistas cuyo nombre se cubrió con la leyenda de la sospecha. La suya es una tragedia doble. Primero lo acribillaron unas cobardes Ak 47 y luego, le negaron una investigación desprovista de la creencia de que “andaba mal” (uso coloquial en el norte de México para indicar que alguien está vinculado con el narco). En Tamaulipas, su tierra, gobernaba Tomás Yarrington Rubalcava.

El periodista Jesús Blancornelas escribió de Félix en 2002, en La Crónica de Hoy: “Lamentablemente descuidó sus pasos. Hizo lo elementalmente indebido. La noche del viernes, acompañado de sus custodios se fue de parranda. Entró al bar El Señorial y se tomó las últimas copas de su vida”.

Es inevitable ubicar los últimos días de Félix Alonso en la narcopolítica de Tamaulipas. Blancornelas, en el mismo artículo: “ … Un compañero periodista de ese estado me informó de cierta asquerosa práctica. Los mafiosos acostumbran financiar publicaciones pequeñas. Les anima tener así una defensa y a la vez, trinchera para atacar. Esto empuja algunas ocasiones a los periodistas. Sin querer o queriendo se mezclan con las mafias. En este caso particular es triste una noticia oficial. En el auto de Félix, la policía descubrió droga”.

Con todo, hoy, se desconoce quién lo mató. La Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE) no atrajo el caso.


José Miranda Virgen
19 de octubre de 2002
Letras truncas: Narcopolítica, incursión de la DEA en Veracruz

La suya fue una de las plumas más influyentes de Veracruz y de México. Empezó su formación en El Sol de México de la Ciudad de México, mientras transcurría el convulso 1968. Su afán de contar historias lo combinó con sus dotes de bailarín. En el Teatro Iris fue campeón de rock & roll. Cuando volvió a Veracruz, trabajó en varios rotativos y laboró en las áreas de comunicación social de algunos políticos. Fue jefe de prensa del Gobernador Rafael Hernández Ochoa (1974-1980) y de Miguel Alemán Velasco (1998-2004). Además, siempre dio clases de periodismo.

Fundó una cooperativa. En La Crónica de Veracruz, los sueños fueron posibles. Los periodistas eran dueños de su lugar de trabajo y tenían salarios que inhibían la corrupción de la época. Incómodo para el Gobierno del estado de Patricio Chirinos, se le negó publicidad oficial y no subsistió.

Tras esa derrota, José se convirtió en subdirector editorial y vicepresidente de El Sur de Veracruz.

Su columna se llamó El Espejo del Poder. Poco antes de su muerte, la información que divulgó constituyó una gran crónica de cómo grupos de narcotraficantes y familias de abolengo se habían coludido en Veracruz.

En 2002, el periodista tenía 60 años de edad. Un estruendo rompió los cristales de las ventanas de su departamento en Boca del Río, Veracruz. El ruidajo se confundió con las risas en la noche de esa ciudad que suele amanecerse y con las olas del mar. Al informador se lo llevó una ambulancia. Llevaba el cuerpo quemado en todas sus partes. Miranda fue trasladado vía aérea a la Ciudad de México. Fue internado en el Hospital ABC donde cinco días después de la explosión tuvo el último suspiro. En esos días, su computadora laptop desapareció del departamento.

El expediente 851/2002/II indica que la explosión se debió a una fuga de gas. En 2002, así lo informó el entonces Procurador de Justicia del Estado, Pericles Namorado Urrutia.

Pero los colegas agrupados en la Asociación de Periodistas de Veracruz, lo dudaron. ¿Cómo no iba a detectar olor a gas el fino olfato de Pepe Miranda? Su última columna llevó el título “Drogas de Veracruz, las mejores familias …”. Aún no se sabe quién tumbó a su pluma.


Rafael Villafuerte Aguilar
13 de diciembre de 2003
Letras truncas: Cobertura policiaca

Con su nombre se inició un listado de periodistas asesinados en Guerrero. En dos décadas, fueron asesinados 13 periodistas en esa entidad en la que en 2014 se viviría la desaparición de 43 estudiantes de Normal Rural de Ayotzinapa, tragedia intrincada hasta nuestros días porque se desconoce quiénes la perpetraron.

Pero en 2003, a Rafael Villafuerte Aguilar lo mataron frente a muchos testigos. Y hasta la fecha, no hay detenidos. El periodista circulaba a las dos de la tarde por la avenida Nicolás Bravo de Coyuca de Catalán, en la Tierra Caliente, cuando le dispararon desde otro vehículo. El crimen lo presenciaron un transeúnte, un chofer de combi y un policía preventivo. El caso lo siguió la Policía Judicial, adscrita a la Procuraduría Estatal. Un mes después del crimen, los testigos dieron cuenta de la escena del crimen y de hecho, se generaron órdenes de aprehensión, pero fueron giradas un año después. Para entonces, nadie, pero nadie, fue localizado.

La vida de Villafuerte Aguilar se pierde en la maraña del tiempo. Dirigió el diario La Razón, en Altamirano, una ciudad cercana a Coyuca de Catalán. Cuando perdió la vida, el diario se quedó en manos de su padre. El periódico fue cerrado en 2006 y la familia dejó el estado.

Un rastro de esta biografía es la queja que en 2007 puso en la Comisión Nacional de Derechos Humanos, su viuda, Sonia Gama García. El organismo emitió la recomendación 11/2009 en la que indica que en el caso faltaron documentos y que la Procuraduría dejó pasar años sin continuar las diligencias correspondientes. Un error fue no practicar la autopsia.

El documento asienta algo más: en septiembre de 2003, una persona le pidió a Rafael que “bajara la crítica” en su periódico. Le dijo que así lo pedía el entonces presidente municipal de Altamirano, Guerrero. También que quien fungió en ese año como director de Comunicación Social del municipio de Pungarabato, Guerrero, lo demandó porque “utilizaba su nombre”. Nada ha hecho que el crimen de Rafael se esclarezca.


Roberto Mora García
19 de marzo de 2004
Letras truncas: Asuntos políticos de la frontera

A las 2:00 horas del el 19 de marzo, el cuerpo del periodista Roberto Mora García fue encontrado a las puertas de su domicilio. Presentaba por lo menos 30 puñaladas. Regresaba de su jornada como editor editorial en el periódico El Mañana de Nuevo Laredo.

Sólo seis horas después, el entonces Procurador de Justicia de Tamaulipas, Francisco Cayuela, dio a conocer una línea de investigación: crimen pasional.

Una semana después, la policía detuvo al presunto asesino material, Mario Medina Vázquez, un joven estadounidense de 23 años, y a su presunto cómplice, Hiram Oliveros Ortiz, de 28 años, su pareja sentimental. Se declararon culpables. El 13 de mayo, a las 18:20 horas, Mario Medina fue asesinado en el Cereso II. Su cuerpo presentaba 88 lesiones de arma punzocortante y señas de abuso sexual.

En mayo del mismo año, en un informe de 35 páginas, la Comisión en Memoria (integrada por el Pen Club México, el Centro de Estudios Fronterizos y de Promoción de los Derechos Humanos, Periodistas Frente a la Corrupción, el Centro de Periodismo y Ética Pública y Libertad de Información) documentó que la confesión fue arrancada mediante tortura. El caso provocó un extrañamiento del consulado de Estados Unidos.

El periodista Roberto Mora García tenía 43 años de edad cuando fue asesinado. Su vida adulta la dedicó al periodismo. Estudió Ciencias de la Comunicación en Monterrey, Nuevo León, y al graduarse en 1983, ya trabajaba como reportero de Cultura en El Norte. Se le recuerda como un gran lector y un asiduo a los pasteles. Cada quincena compraba uno y lo repartía en la redacción.

En Monterrey vivió hasta 1999, cuando se mudó a Nuevo Laredo para dirigir El Mañana. Su esposa, Aracely, y su hijo Sebastián, se quedaron en Nuevo León pues aquel año, los indicadores de inseguridad crecían como la espuma en Tamaulipas.

Desvanecida aquella línea de investigación del crimen pasional, esta historia se ha quedado impune.

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Imagen: Sin Embargo